Registro de autoría de Daniuska González González

Con una antesala en la literatura testimonial chilena y venezolana, la académica del Departamento de Literatura y Lingüística, Dra. Daniuska González González, actualmente está recorriendo la región latinoamericana a través de las escrituras de violencias, afectos y resistencias de las autoras Cristina Rivera Garza (México, 1964), Pilar Quintana (Colombia, 1972), Mariana Enriquez (Argentina, 1973), Karina Sainz Borgo (Venezuela, 1982) y Alia Trabucco Zerán (Chile, 1983).

¿Pueden los archivos del afecto – contentivos de objetos, corporalidades y restos – constituirse en memorabilia de las violencias? ¿Esta memorabilia posibilitaría una archivística afectiva como un lugar escritural de resistencia? Con estas hipótesis, el equipo de investigación liderado por la coordinadora del Doctorado en Literatura Hispanoamericana Contemporánea y compuesto por Claire Mercier (UTalca) y Lorena Garrido Donoso (UPLA) como coinvestigadoras y Cecilia Olivares Koyck (UPLA) como ayudante de investigación, está llevando a cabo el proyecto Fondecyt Regular Nº 1240018 “Archivos del afecto. Una memorabilia de las violencias en la escritura de cinco autoras latinoamericanas contemporáneas”.

“Siempre hay algo que me interesa preservar y es la continuidad temática”, propone la académica de la Facultad de Humanidades, “empecé a estudiar violencias en 2004 o 2005 y desde ahí sólo ha cambiado el formato, desde el testimonio, la poesía y la fotografía hasta la narrativa, pero se ha mantenido el eje articulador, y pensando que no puedes trabajarlas sin una contraparte, esa contraparte está en la resistencia y en los afectos”.

Narrar los testimonios

Estas nociones surgen de un proyecto anterior, “Los nudos de la memoria, el testimonio chileno y venezolano contemporáneo” (Fondecyt Regular N°1190233), que la Dra. González realizó junto a Claire Mercier (UTalca) y Fernanda Moraga-García (Universidad Andrés Bello), desde 2019 hasta 2022, y permitió abordar la literatura testimonial chilena y venezolana.

“El testimonio se apega a una verdad, hasta donde ésta puede ser posible, y un relato de acontecimiento que puede ser en primera o en segunda persona, sin embargo, no solamente están estos elementos de la realidad sino que también se adorna literariamente ese testimonio. Por tanto, como sostiene Albert Chillón, pasa a ser un género facticio que mezcla la realidad con la ficcionalización. Por ejemplo, del corpus de estudio, pensemos en la “trilogía de los cuervos” de Javier Rebolledo o en Ingrid Olderock. La mujer de los perros de Nancy Guzmán, hay testimonios, sí, pero también está la narración de los lugares, los paisajes, la construcción de los personajes, y eso no es sólo un testimonio sino una narratología”.

¿Cómo describirías ambas narratologías?

El testimonio chileno es uno que, desde el punto de vista del formato y de la propuesta, ha avanzado mucho como textualidad mientras que el testimonio venezolano ha quedado algo rezagado. De hecho, los textos que ocupé nunca se habían leído como testimonios. Es importante entender que, aunque se mantenga el género, hay también situaciones geográficas y políticas que son diferentes.

¿Cómo es el caso chileno?

En el caso de Chile el testimonio tiene relación con la violencia política heredada de la dictadura cívico-militar y es interesante porque en algún momento da voz, o permite dar voz, al victimario con Ingrid Olderock o El Mocito [en La Danza de los Cuervos]. Es importante en el caso de Chile, también en el argentino, hacer esta contraposición o puesta en escena de voces, no sólo víctimas, porque ahí hay información que la víctima y la justicia desconocieron. Ingrid Olderock estuvo dentro de la Venda Sexy, y aunque siempre negó las atrocidades que cometió, algunos datos e informaciones se cuelan, atraviesan su palabra.

¿Y el testimonio venezolano?

Aunque se venía de un testimonio relacionado con la época de la guerrilla de los años sesenta, es decir, era un formato textual privilegiado, en el caso de Venezuela no es sólo violencia política, sino también violencia social. Por ejemplo, en El grito ignorado se aborda el caso de un niño que murió a manos de la madre y su pareja. Lo que la periodista Ybéyise Pacheco plantea es un tema de violencia social, las voces circulan alrededor de ésta. En el testimonio chileno hay más peso político, ideológico y también la posibilidad de que los victimarios atestigüen, aún tergiversando o mintiendo, pero acá a la autora le interesan otras cosas como el contexto social y familiar que influyó en la muerte de ese niño.

¿Por qué crees que se da esa diferencia?

La misma situación de haber vivido una dictadura lleva a que el dispositivo testimonial se convierta en epicentro articulador de la experiencia del horror, el trauma y el silencio. Por eso es uno de los formatos fundamentales y en Chile está encauzado en un registro que tiene que ver con lo político. En Venezuela, dada la violencia urbana y social que hay, las tasas de criminalidad tan altas, por ejemplo, el testimonio se afianzó en lo social. Ahora hay un cambio y también se está encauzando hacia lo político (la migración latinoamericana entra en ello), pero en el momento que hice la escogencia del corpus, en 2019, todavía estaba soterrado el interés por lo político y había más énfasis en lo social.

 

Registro de autoría de El Artefacto

Las cosas dignas de recordar/la dignidad de recordar

«Tienes las violencias, tienes un gesto de resistencia, pero hay algo más. Tiene que existir en el texto, para mí, una afectividad y esa afectividad tiene que ver con un libro como El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza, que es la historia de su hermana, víctima de femicidio y que nunca tuvo justicia porque el agresor huyó. Ahí hay una historia que tiene que ver con su memoria, con una reconstrucción que mantiene la voz, la tesitura de Liliana, pero Rivera Garza va más allá y va armando un círculo donde abraza a otras mujeres víctimas de femicidio. Uno de los grandes temas de la literatura contemporánea es la representación de las violencias y me interesa hurgar en las resistencias escriturales frente a ellas».

A tu parecer, ¿cómo se representa ese afecto en esta literatura de violencias?

Una de las formas de la afectividad es el archivo, por supuesto hay otras, el archivo permite la comunalidad, es depositario de lo colectivo. O sea, yo, una sociedad, guardamos cosas materiales e inmateriales y formamos una memoria archivística para que la persona [fallecida] continúe circulando, no olvidada. Entonces ahí está el nodo. Vengo del testimonio, pero paso ahora a la narrativa con este añadido del afecto. Esa sutura me parece interesante.

En relación al corpus de textos escogidos, ¿qué motiva esta selección de autoras?

Son autoras que permiten mirar las violencias desde distintas geografías. Cristina Rivera Garza, mexicana viviendo en Estados Unidos, [entonces] ahí hay dos violencias, la violencia social del patriarcado mexicano pero también la del cruce o tránsito fronterizo; Pilar Quintana, colombiana, con una mezcla entre violencias urbanas, violencias políticas y violencias heredadas desde el narcotráfico y el paramilitarismo; Alia Trabucco, chilena, tratando violencias de género y violencias políticas, estas últimas heredadas de la dictadura cívico-militar; Karina Sainz Borgo, venezolana que migró a España, ahí hay otra mirada sobre la diáspora, la memoria y las violencias políticas. Y, por último, quizá la autora más mediática, Mariana Enríquez con reactualizaciones del género de terror y de situaciones heredadas de la dictadura argentina, con violencias que están disueltas dentro del terror social.

Archivos de los afectos y memorabilia de las violencias, ¿cómo estas autoras les permitirán abordar estas conceptualizaciones?

Los archivos de los afectos hacen referencia a lo que vas guardando, pudiendo ser material e inmaterial, y la propuesta del grupo es que todos estos archivos, materiales e inmateriales, se depositan en una memorabilia que es como un repositorio mayor. Es mayúscula con respecto al término memoria, porque está compuesta por múltiples y numerosas memorias, como carpetas, metafóricamente hablando.

En el caso de Rivera Garza, ella va guardando las afectividades, los sentimientos que tienen que ver con su hermana, así como objetos: hebillas de cabello, blusas, botones, facturas y cartas que va encontrando. Quintana en Los Abismos está rememorando los sujetos femeninos, hay una forma de emparejarlas o de integrarlas que tiene que ver con pensarlas desde la vulnerabilidad, pero inmediatamente aparece una voz colectiva que dice que no es desde ahí de donde lograron levantarse, sino desde la resistencia.

En relación a esto, ¿qué brinda la escritura de mujeres, específicamente, que no brindan otras autorías?

Me interesa cómo las mujeres arman, a través de la literatura, voces de resistencia frente a las violencias. Tú lees a un escritor como Juan Gabriel Vásquez y el tono es distinto al de Pilar Quintana. Juan Gabriel Vásquez es más directo en el sentido de que no está esa afectividad que sí me interesa con respecto a Pilar Quintana. En ese sentido, creo que la escritura de mujeres va por allí. Hay un reconocimiento, una identificación, para trabajar violencias que hay autores que lo tienen, como Lemebel, Bolaño o Zambra, pero siento que en la escritura de mujeres está más explícito el afecto [a la vez que] son autoras que van dando cuenta de esta gran situación que es la necroescritura, esta escritura que se instala o se preocupa de la muerte entendida con todos estos procesos de globalización, muertes horrísticas, corporalidades desechadas y violencias desmedidas. Este panorama desolador y terrible en relación a las violencias. Esta escritura da cuenta de esta exhibición del horror y cómo puede resistirse.

Además de analizar estos textos, también entrevistarán a las autoras, ¿cómo te hace sentir esa experiencia y el proyecto por completo? Un proyecto con esta mirada compleja y de región latinoamericana…

Primero esperemos que acepten, pero creo que no tendríamos mayor dificultad en el sentido de que ya están preparadas las preguntas y tienen que ver con sus escrituras y sus procesos, ¡son preguntas abarcadoras y profundas pero también muy afectivas! Entonces estoy muy contenta porque hace mucho tiempo que no entrevisto ¿sabes? Estudié periodismo, pero ahora tengo expectativas desde la literatura y estoy motivada con el proyecto y [es que] hay algo que siempre le digo a mis estudiantes: yo hago cosas que me apasionan, o bien, trato de hacer cosas que me apasionan. Y la literatura lleva eso, pasión, que también, por qué no, es compromiso.

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