La obra se arma con imágenes fragmentadas. Con lo que Sam Shepard llama las voces en el espacio. A veces hay sólo trazos de la memoria que se adelanta a los personajes. El recuerdo. La crónica de un impulso, sólo eso.
Una urgencia que también es personaje. Pero que está detenido por alguna razón. Eso que ahora en el mundo de WEST americano en tierra de nadie. Un habitante / oupsider que ya no le pertenece ni a Hollywood ni a nadie.
La historia de cada uno en una espacio fragmentado. Las siluetas del cine americano que deambulan erráticamente.
Una inspiración plástica prestada que nace de un cruce con Edward Hopper para mirar, los actores, la diseñadora y yo, el poder de la detención. Un intento para pensar viendo la poética de la luz y el vacío en los puertos en una cuidad americana despojada y solitaria. Una posibilidad para ser durante un rato melancólico y contradictorio. Tratando de llevarse alguna historia para la calle. Como Hopper lo hace con la ciudad, con la luz y la oscuridad. Sus personajes y los espacios se encuentran con los de Shepard.
En la soledad el movimiento desde un motel a un freeway. Es el desamparo, el amor y el asesinato hecho costumbre.
Desde el comienzo el montaje se fue ensamblando de una historia a otra. Transitando atmósfera de mundo plástico de Hopper, pasando por los recuerdos de los actores y los míos. Dos montajes que intentan conectarse a partir de una propuesta que es la cara de una misma moneda. La oportunidad para estar en la Luna Halcón y el Paraíso al mismo tiempo.
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