«El espejo rápido. Interculturalidad y prevaricaciones discursivas» se presenta como un libro audaz, ambicioso y francamente confrontacional. Obra del antropólogo y ensayista Miguel Alvarado Borgoño, que ha sido docente e investigador en diversas universidades del país, así como en programas de doctorado en Chile, Alemania y España.
En el ensayo trata de definir el vínculo creado entre las ciencias sociales y el discurso literario, centrado principalmente en los supuestos errores éticos de la antropología poética chilena al abordar al sujeto desde lo que el califica como el «yo rotundo», proponiendo una perspectiva émica del actor social (desde adentro).
Fascismo y Continuidad
Cabe destacar el trabajo de continuidad que realiza Alvarado en la antropología chilena, rescatando la obra de Nicolás Palacios y la de José Victorino Lastarria como padres de la corriente surgida en nuestro país, el primero desde una vertiente fascista-biológica y el segundo desde la imposición del modelo civilizatorio europeo que extirpa lo salvaje como a la mala hierba. Pero no se queda ahí, sino que trata en su libro de buscar otra continuidad, pero esta vez a la antropología poética, destacando el trabajo de los antropólogos Mege, Jeria y por supuesto el de Sonia Montecino -actual candidata al Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades 2007-, de la que extrae el recurso de los epígrafes poéticos al estilo de los usados en «Madres y huachos» (1991), para guiar al lector y susurrarle proféticamente al oído el contenido del capítulo.
Así nos encontramos con citas de Marguerite Yourcenar respecto del sufrimiento, introduciendo el capítulo dedicado a Andrés Recasens, el primer antropólogo poeta según el autor, que junto a los experimentos textuales de Carlos Piña utilizan a la poesía y sus recursos para acercarse a lo inenarrable de la macroestructura de la pobreza.
La traición de la metáfora
Parafraseando al Wittgenstein de «Los cuadernos azul y marrón», Alvarado dice que «el lenguaje es una caja de herramientas inexacta»; ahora bien, esta caja puede utilizarse de formas burdas o puede usarse refinadamente como ocurre con la poesía, surgiendo una especie de seducción, de hechizo. Ulises lo experimentó con el canto de las sirenas, pues el exterior del mensaje, la forma, puede estar envuelta de bellas capas traicioneras ocultando un monstruoso interior, nótese como la palabra encanto está preñada de canto. Entonces, ¿cómo separar la paja del grano? ¿es la poesía sólo una distracción, o es el mal necesario que le confiere el sentido y el alma a lo narrado? Para Alvarado la metáfora es traicionera dentro de su belleza, pues se corre el riesgo de la desintegración del sentido, oculto tras el preciosismo del envoltorio, así propone que la belleza de la expresión deberá estar unida a la coherencia en el pensamiento, llamándole antropología literaria.
Los pecados del hijo
Quizás el único pecado del que podría acusarse a Miguel Alvarado es la falta de etnografías producidas por él mismo, que reafirmen y cimienten su particular concepción de lo que él define como antropología literaria, ya que escuda su postura teórica en el trabajo de Sonia Montecino, a la vez que se rebela edípicamente contra sus padres teóricos, los antropólogos poetas del sur de Chile. Cabe destacar, sin embargo, su lucidez a la hora de analizar los distintos tipos de discursos y de textualidades con una predilección por lo híbrido y lo barroco tan propio de nuestro continente, dando cuenta de una problemática de carácter tipológica a la hora de narrar al otro, ya sea desde una «precaria forma de literaturalidad, argamasa literaturosa», como llama el autor a lo producido por la antropología poética ortodoxa, o desde una en la que Alvarado se convierte en un esteta que lucha por la imposición de la belleza como metodología en la producción textual a la hora de etnografiar.
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