El pasado martes 19 de mayo, el poeta, fundador y presidente de la Fundación Valparaíso, Todd Temkin, visitó la Universidad de Playa Ancha -invitado por el Departamento de Literatura de la Facultad de Humanidades- para hablar con estudiantes y académicos que atiborraron la Sala Multimedios de la Casa Central y dialogar a propósito de la temática “Poetas en el mundo”.
El coloquio buscó abordar su vida y obra, bajo la perspectiva de este poeta estadounidense y sus múltiples facetas como escritor, gestor y habitante de Valparaíso, avecindado desde 1993 en suelo porteño.
SER POETA/ESCRITOR
De escritura “compleja”, de acuerdo a su propia calificación, Temkin antes que cualquier otro rol, se define a sí mismo como poeta. Testimonio tangible de este ser escritor, son las construcciones poéticas “Dos caminos” o “El aliento de mi perro”, textos donde este poeta del mundo muestra pinceladas sobre su quehacer literario.
¿De qué habla la poesía de Todd Temkin?
«La verdad es que me es complejo describir mi escritura porque a mí mismo esa pregunta me parece bastante incontestable. El proceso poético que al menos en mi caso llevo a cabo no es necesariamente ese que comienza sentándome para escribir sobre el amor, el olvido o qué sé yo. Mi creación parte básicamente por considerar el arte, la poesía, como un medio de salvación o liberación en sí mismo, más que como un medio o instrumento para expresar otras cosas.
Algunas personas piensan que el arte sirve para expresar otras cosas, como podría ser una ideología, una cosa religiosa, política o etcétera. Para mí, el arte basta en sí. El arte basta para ser en sí una creación virtual. En ese sentido, mi reflexión pasa entonces por cómo, con un conjunto de palabras, pueden hacer algo más grande de aquello que se tiene originalmente».
En esta línea, ¿trabaja algún proyecto especial en la actualidad?
«Desde hace poco más de un año estoy escribiendo una columna los domingos, completando a la fecha más de 60 de estas columnas escritas en un proceso al que califico como una linda oportunidad de reconciliarme con la literatura -algo postergada por los quehaceres de la Fundación.
En ese espacio, escribo casi siempre de Valparaíso, de su literatura, de sus poetas y escritores en general, aunque también hago algo de crítica sobre literatura oriental, que es una temática que ciertamente me interesa y que realizo para romper la monotonía. Con todo ello, esperamos editar junto al diario El Mercurio de Valparaíso un texto el próximo año».
SER PORTEÑO
Temkin se declara abiertamente enamorado de la obra de Neruda y, a través de la poesía de Pablo, enamorado también de Valparaíso. Ese nerudiano y porteño amor, fue el que le trajo por estos lugares hacia 1994.
¿Cuál fue la visión de Valparaíso que le atrapó?
«Hace quince años era más difícil de explicar la sensación de enamoramiento por Valparaíso. Hoy, cada vez más gente entiende por qué esta ciudad atrae.
Valparaíso es una ciudad muy compleja, con muchas capas, con muchos niveles. Es esta una ciudad que no sólo tiene un patrimonio tangible –digamos, su trazado, su arquitectura, su casco histórico- sino también un patrimonio intangible, que se percibe en el estilo de vida de la ciudad, en el enfrentamiento diario de los porteños por el vivir, se atestigua en que aún los habitantes se llaman unos a otros por el nombre o en que las personas aún conocen a sus vecinos o frecuentan el almacén o emporio de la esquina en lugar de ir al mall.
Aquí, en Valparaíso, se da una cultura de ser ciudad que en la inmensa mayoría del mundo ya está casi extinguida. Eso es lo que atrae. El que la ciudad sea bella arquitectónicamente es solamente un plus, no es su argumento más fuerte».
SER GESTOR
La Fundación Valparaíso llegó en su momento a trabajar con más de treinta o cuarenta proyectos relacionados con las distintas áreas del desarrollo cultural porteño y decenas de personas actuando en pos del desarrollo cultural de la ciudad. Hoy, ese número de iniciativas y el grupo de personas ciertamente se ha menguado tanto por la participación de nuevos actores como por la introyección a la cual la Fundación dirigida por Temkin se ha abocado desde 2006.
¿Cómo y cuándo surge esa dualidad escritor/gestor?
«Recuerdo bien que, cuando sentí mi primer flechazo por Valparaíso, la ciudad parecía bastante abandonada y era como que se respiraba un ambiente de baja autoestima.
En ese contexto, es que entre los años `96 y ‘97 surge la iniciativa de crear la Fundación Valparaíso que finalmente nace en 1998 con el apoyo de las autoridades del momento y financiado con proyectos y fondos concursables principalmente».
¿Cómo describiría el ser y el hacer de la Fundación Valparaíso?
«Hacia 1998 -mismo año en que Valparaíso oficializa su postulación patrimonial ante la UNESCO-, en la ciudad no habían muchas organizaciones que trabajaran con proyectos de desarrollo cultural, por lo que en ese entonces comenzamos postulando a una serie de instancias a nivel nacional e internacional de distinta índole y que iban, no sé, desde cursos en el extranjero, hasta la reestructuración urbana –restaurando o pintando fachadas, por ejemplo, o recuperando espacios públicos- en momentos en que ni siquiera la autoridad estaba preocupada por aquello.
Si miramos 2006 y 2008 fueron años en que la Fundación siguió gestando proyectos de renovación urbana pero cediendo protagonismo a otras instituciones y apoyando más bien desde un punto de vista filosófico.
Desde el punto de vista personal, ese período fue un poco como apretar una pausa para detener a esta bestia hacedora de proyectos, que trabajaba con decenas de personas para así hallar un punto de proporción justo para el bien de la ciudad y, por cierto, justo también para mí y aquellos que trabajábamos en la Fundación».
¿Quiénes conforman hoy la Fundación y cómo es su modus operandi?
«Hoy en día no somos más que un grupo pequeño de personas estables dentro de la organización. Si necesitamos un arquitecto o un diseñador le contratamos por fuera y, además, trabajamos con distintas universidades con las cuales hemos ido desarrollando cierta sintonía.
Acciones como las anteriores nos permiten abaratar costos y hacer que la Fundación pueda persistir y funcionar ahora más bien como incubadora de proyectos para que estos mismos después, vía outsourcing, puedan ser administrados».
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