«Uno de los aspectos más relevantes del territorio es tener una visión en la que se puedan saber, comprender e interrelacionar los componentes que se localizan en este contexto geográfico, y para esos efectos una de las herramientas más usadas y aceptadas en el ámbito de la planificación, ordenamiento y gestión es el FODA, acrónimo que incluye las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas.
Desde esta perspectiva, el valle del Aconcagua presenta en su entorno variadas fortalezas, entre las que destacan variables tangibles inmuebles como es el suelo, cuya cubierta ha permitido desde antaño desarrollar agricultura en casi todos los sectores aconcagüinos que, en sí en un primer estadio fue para la supervivencia del grupo de habitantes, pero que desde la Colonia hasta el presente ha posibilitado plantaciones, cuyos rindes están destinados a diversos mercados de consumo a nivel país o extranjero.
Sin embargo, el suelo como todo recurso vivo tiene que sostenibilizarse y sustentarse, pero las presiones inmobiliarias u otros aspectos han presionado la extensión de este sustrato reduciendo, paulatinamente, su extensión y, por lo mismo, reducir principalmente las actividades del campo y las restringidas áreas edáficas de los tipos de riego y secano.

Por otra parte, el clima del valle es uno de sus principales patrimonios dado que, desde la desembocadura en Concón hasta los faldeos andinos, la tipología climática incluye a los escasos mediterráneos, los estepárico interiores que, en conjunto, tienen un ritmo en sus elementos (presión, humedad, temperatura, vientos) muy favorable para la humanización, siendo prueba de ellos los registros de asentamiento desde al menos 6.000 años antes del presente. A la par, esta variable físico intangible, ha posibilitado labranzas en muchos sectores y en las últimas décadas ha influido en el turismo que, por este factor, posibilita el conocer al Aconcagua durante casi todo el año y, por lo mismo, mantener activos a los centros de recepción turístico locales.
En relación con la morfología del área en consideración, la montuosidad ha sido un elemento favorable dado que beneficia con su disposición de laderas a la precipitación con efecto de barlovento (ladera con exposición oeste) y, por ello, se puede contar con un abastecimiento tanto de lluvia como de nieve. Asimismo, la disposición norte de las caras de las elevaciones sirve para cultivos de gran demanda social, como es el caso de las paltas.
En relación con el fondo del valle, las terrazas que conforman la caja del río también tienen relevancia, porque son propicias para la localización de centros urbanos y rurales, a lo que se suma la conectividad de oriente a poniente y, por esto, la movilidad activa en variados sentidos de los ejes de circulación de
personas, bienes y servicios.
En paralelo, uno de los constitutivos más sobresalientes del Aconcagua es su gente, la cual se distingue por un fuerte sentido de pertenencia, identidad y arraigo respecto de su terruño, y es así como con sus quehaceres han modelado el ambiente con multiplicidad de ocupaciones funcionales, que han transformado y reconfigurado el paisaje con notables hechos como son los parajes de Rautén en
la provincia de Quillota o de los balnearios en las comunas de Catemu y Panquehue.
Por último, hay que poner en evidencia la amabilidad y afinidad del habitante aconcagüino hacia el visitante y/o turista, cortesía que ha sido realzada positivamente en la percepción del afuerino respecto de los residentes habituales de esta geoforma.
En síntesis, estos valores como otros hacen un integrado real, provechoso e innegable portal de fortalezas que demuestran al Valle del Aconcagua como un preciado territorio dentro de la V región».
***Gastón Gaete Coddou, geógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.
Columna de opinión publicada en diario El Trabajo de San Felipe, el miércoles 31 de marzo de 2021.
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