Patrimonio regional. Segunda parte: Valles transversales

«La geometría física de las geoformas regionales, obedece en su fisonomía y disposición a un orden que está orientado de norte a sur por: Planicies litorales y  las cordilleras de La Costa y la de Los Andes, seguidamente y de oriente a poniente, se entrecruzan respectivamente los cordones montañosos que se desprenden del tronco madre andino, para fusionarse con las elevaciones costeras y los valles transversales, morfologías  – estas últimas –  que serán el objeto de análisis en esta ocasión.

En cuanto a la toponimia en cuestión, resaltan los valles de los ríos: Petorca, Ligua y Aconcagua, que en su área regional representan aproximadamente 10.800 kms2 (71% de la superficie regional). Tomando en consideración las dos primeras cuencas,  hay que señalar que se inician en la cordillera andina y se encuentran flanqueadas por cordones de altura que determinan  perfilamientos de valles angostos, con fuerte pendiente en sus laderas. Estos valles, a su vez, se encuentran divididos por lineamientos de cerros en sentido transversal, para finalmente, desembocar en el océano Pacífico, al norte de la Punta La Ligua.

Respecto del valle aconcagüino, conforma  el río Aconcagua y su afluente principal – río Putaendo – una cuenca de hundimiento y luego hacia el oeste, un aterrazamiento fluvial continuo de fértiles suelos que, en asociatividad con el recurso agua, son usados  ampliamente por actividades agrícolas entre otros aspectos.

Súmese a lo anterior, un clima templado que favorece la humanización y sus actividades y, en este sentido, hay que resaltar que históricamente los valles transversales regionales han sido corredores de trashumancia, a través de los cuales grupos de seres humanos transitaban desde la costa al interior y viceversa, dando lugar a que las actuales ciudades ubicadas en el fondo del valle o en sus laderas, hayan seguido esta orientación.

Profesor Gastón Gaete Coddou.

Teniendo en consideración lo indicado, se puede establecer franjas  espacio-temporales acerca de la humanización de estos valles y, es así como en la costa, históricamente se han dado lugares de asentamiento, gran parte de los mismos, se vinculan a los pueblos originarios cuyos registros propios de su nomadismo están visualizados por conchales y sitios de habitabilidad, donde destacan el fogón y restos de cerámica que son indicios de permanencia temprana.  Empero estos sitios no solo se limitaron a la costa, dado que se asociaron  al concierto litoral, área en la que el colinaje y las quebradas, originaban asociaciones vegetales de fondo conocidas como “cejas”, posibilitando obtener madera como combustible y agua dulce u otros recursos biológicos, convirtiendo estos ambientes, en hábitats  convenientes para la estancia y supervivencia.

Seguidamente, un segundo intervalo territorial se dio entre el colinaje costero y los fondos de valle hasta el pie de cerro, superficie en que el que el poblamiento milenario tuvo diversas etapas, tal cual se puede consignar para el valle del Petorca, zona que exhibe una amplia data de yacimientos arqueológicos y petroglifos, situación que se amplió en el siglo XVIII, cuando se descubrieron minas de oro u otros minerales, factor que determinó un poblamiento acelerado.

Cabe destacar  que se suma a lo indicado el legado de patrimonio intangible, que demuestra entre otros aspectos  la figura de personajes de la historia de Chile, así como otros antecedentes propios del quehacer cultural e informativo, tal cual es la aparición y circulación de medios de comunicación (La Voz de Petorca).

Por su parte, el valle del río Ligua, tiene antecedentes que el hombre ha estado allí desde los 8000 años antes del presente, siendo sus primeras actividades la de ser cazadores y recolectores, para con el correr de las centurias, ir transitando del nomadismo al sedentarismo y así es que en el siglo XIII, ya hay asentamientos con mayor densidad y evidencias del mismo como es el caso del Cementerio de Valle Hermoso. Cabe destacar que la cultura Inca dejó evidencias de su pasar, lo que se materializa y exhibe con cerámicas.

En periodo de la Colonia (siglo XVIII), se descubrió y explotó la minería aurífera.

En el contexto liguano entre los siglos XIX y parte del XX, el paisaje del valle era más bien rural que urbano, situación que fue cambiando cuando el ferrocarril se convirtió en el articulador de la economía del valle, consolidándose el plantel urbano por sobre su entorno.

Respecto de los recursos patrimoniales de esta geoforma regional, sin duda el rasgo lítico, cerámico y otros aspectos conforman una valiosa muestra a la que se unen personajes como doña Catalina de los Ríos y Lisperguer y una nutrida data inmaterial, como se atestigua mediante: Leyendas, relatos, fiestas costumbristas, folklore, etc.

Respecto del Valle del Aconcagua, las condiciones del paisaje físico natural, permitieron y, aún lo hacen, un lugar que en el marco de la humanización es favorable de  establecerse consignando para ello  diversos periodos iniciados por el Prehistórico en que la sucesión y multiplicidad de grupos de personas dejaron diversos rasgos propios de su cultura y, es así como se puede destacar que el modelo de asentamiento fue de pequeños núcleos que de semipermanencia, mutaron a otros con establecimientos estables en las cercanías del recurso suelo y agua, situando en el perímetro de estas locaciones, muchos enterratorios. Cabe destacar que las actividades que tenían estos grupos se centraban fundamentalmente en  la agricultura que iniciaba su proceso con la tala y roza de la vegetación para luego,  sembrar y cosechar: Quínoa, maíz, porotos, zapallos, alimentos,  a los que se agregaba la obtención la recolección de diversas semillas (tal es el caso de los frutos del Algarrobo) y caza de avifauna nativa, que proporcionaba el complemento necesario de  proteínas. Cabe destacar que no existía ganado,  el que hizo parte del cotidiano local,  con la llegada de los Incas.

La llegada del descubrimiento y colonización del conquistador español, en el siglo XVI, no necesariamente significó una resignificación  territorial,por cuanto si bien se crearon centros urbanos en el siglo XVIII, la relación entre el hombre y el medio mantuvo el comportamiento agrícola con ciertos matices de minería (especialmente cobre), pero en el concierto global para esta realidad como la de los Valles de La Ligua y Petorca, guardan casi  procesos similares, insertos en la extracción y transformación de productos.

El resultado en conjunto de esta ocupación humana, ha dejado rastros de valioso interés patrimonial tanto en lo tangible cultural inmueble (templos, haciendas, pueblos de indios, petroglifos, silos, ruinas industriales, etc.) e inmaterial (fiestas costumbristas, religiosas, entre otros signos), todo lo cual es digno de conocerse y, por ende, la responsabilidad de los lugareños de conservarlos en un círculo en el que la preservación del legado pretérito, es un símbolo y señal de arraigo en pro de demostrar el respeto de los inventarios heredados. Igualmente, es una posibilidad favorable de exhibirlos con uso turístico, que es uno de los grandes desafíos que enfrentan los valles regionales en pro de ampliar la base de actividades socioeconómicas y de planificar y organizar a las comunidades, de manera de hacer de esta posibilidad, un acertado modelo de gestión que beneficie positivamente a la gente».

 

Gastón Gaete Coddou,  geógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.

Columna de opinión publicada en diario El Trabajo de San Felipe, el miércoles 15 de julio de 2020.

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