Son tres áreas que le acomodan a Diamela Eltit, la connotada escritora y académica chilena que hoy por hoy pasa la mitad de su tiempo en Nueva York. Literatura, Género y Memoria son, de alguna manera, un océano que ha explorado desde antes de 1983, cuando nace Lumpérica (su primer libro), y en el cual esta semana volvió a navegar, en un conversatorio en el Centro de Estudios Avanzados (CEA) de la Universidad de Playa Ancha (UPLA) en Viña del Mar.
Invitada por la doctora e investigadora literaria del CEA, Fernanda Moraga-García, en el marco de un proyecto Fondecyt, el conversatorio reunió a un público nutrido y deseoso de escuchar cómo se amalgaman tres de los platos más connotados del menú Eltit.
Memoria
En un diálogo abierto guiado por la profesora Fernanda Moraga, la transversalidad entre memoria, género y literatura fue en todo momento la tónica.
Y abrió los fuegos la memoria, que confluye desde distintos lugares en la vida de las personas. En este campo están las memorias propias pero también las memorias ajenas que se heredan, y un ejemplo de aquello es el relato de las abuelas que es memorizado por sus descendencias. A juicio de Diamela Eltit, así como se elige qué se recuerda, también se elige qué se olvida, en un complejo proceso dialéctico.
«No soy especialista en memoria, yo estoy pensándolo como hecho humano básico, en esta capacidad de viaje que tiene la mente, y lo que carga de otros. Otro tema que yo diría que podría pensarse en otro sentido es el tema de género, que como sabemos, es una construcción cultural», comentó la ensayista.
Y precisamente, una de las consideraciones que Diamela Eltit más prefiere en relación a memoria y género, es cómo se construye, proceso que para nada es inocente ya que a su juicio es el aparato social el artífice. Para graficarlo, la escritora puso como ejemplo dos inocentes juguetes: una muñeca y un autito. Si a una niña se le regala una muñeca se le está regalando por añadidura su maternidad, y si a un niño un auto, lo que se le regala es la capacidad de manejar. «Simbólicamente le estoy regalando a ese niño la capacidad de seguir un camino y encabezarlo. Si yo manejo yo me puedo conducir, y si no, me tienen que llevar, es una posición distinta», sostuvo.
Peligrosa Asimetría
Para Diamela Eltit, la democracia sigue siendo un concepto utópico, que además contiene falacias no menores. Y en lo que respecta a la relación democracia y mujeres, la escritora estimó que se debería establecer un nuevo pacto social en todas las esferas entre el hombre y la mujer para romper la asimetría que ha caracterizado este género. “El género femenino ha sido marcado por esta asimetría, de manera muy violenta en algunas épocas; el hombre podía matar a su mujer y no le pasaba nada y si el hombre quería tener una amante, tenía que vivir dentro de la casa».
Solo por mencionar un escenario donde esta asimetría se manifiesta hoy en día en los primeros planos, Eltit aludió a la propia literatura. «Está escrito así y, lo peor, está aceptado así… Cuando estudié literatura, mi canon aprendido, que estudié con bastante admiración, era formado en un porcentaje muy alto solo por hombres. Por ejemplo, tuve que leer Martín Rivas, tomado como pionero, como quien abría un campo literario en el siglo XIX, pero nadie me dijo que en ese mismo momento y quizá antes, la escritora que vivía aquí en Valparaíso, Rosario Orrego, había escrito en ese mismo tiempo».
Lo que le ocurrió a Diamela Eltit con la poco reconocida literata Rosario Orrego fue sintomático, pues al caer en cuenta de su olvido, y a la vez de su existencia, concluyó una negación intrínseca. «Me di cuenta que si no nombraba a Rosario Orrego me desnombraba yo misma. Y hay muchas más, solo que están en un lugar opaco, como si estuvieran detrás de un muro, de una reja o algo así. Todavía creo que es posible la democracia, no pienso en una escritura de mujeres en el sentido más común del término porque eso es lo que ha hecho la hegemonía. Por un lado la literatura y por otro lado la literatura de mujeres; creo que eso es interesante pensarlo pero peligroso, porque políticamente es un campo excluyente».
Y debe ser por ello que a juicio de Diamela Eltit, la primera pregunta acerca de género, habría que hacerla a las mujeres y no a los hombres. ¿Cuál es la explicación? “Porque las mujeres son las que repiten esa violencia simbólica… Si pensamos de manera muy audaz, pensaría que el género masculino construye al femenino y que por lo tanto esa mujer es la primera reproductora de lo masculino y, por lo tanto, es la mujer la que tiene que hacer la operación psíquica de envergadura que es repensar su asimetría y desmontarla. Mientras eso no pase, aquí no se va a mover ni una tabla del piso».
Que nos vaiga bien
A través de su nutrida obra ensayística y prosaica, Diamela Eltit ha propuesto una permanente vuelta de tuerca en los temas que más le apasionan. Y algo de eso ocurrió en el conversatorio del CEA de la Universidad de Playa Ancha a la investigadora Fernanda Moraga cuando le consultó por el traspié lingüístico que implica un mal “hablamiento”. Aquello que la Dra. Moraga ponderó como fractura del lenguaje, Diamela Eltit prefirió enfocarlo como un alcance poético.
“Personalmente tengo el reconocimiento a ciertos momentos, otros, de la gramática. Como por ejemplo cuando dicen ‘ojalá que no haiga nadie afuera`. Hay allí una expresión gramaticalmente incorrecta pero todos entendemos lo que quiere decir, y lo entendemos porque nos pertenece ese `haiga`. Si no nos perteneciera, claro que no podríamos entenderlo», argumentó Eltit.
Y agregó: «Quienes cultivan ese “haiga” son sujetos en general que provienen más bien de sectores populares, no provienen del mundo académico o del mundo relativamente ilustrado. Y yo creo que hay allí un gran trabajo con la lengua de ese mundo, un trabajo de construcción. Construir el “haiga” no es fácil, es un trabajo cultural de envergadura. Y a mí siempre me ha interesado contemplar ese discurso. A mí me parece poético, extraordinariamente poético, y yo quedo conmovida con ese ´que nos vaiga bien´ porque lo construyó un grupo social, lo habitó un grupo social y lo ejerce un grupo social… Cuando aparece en mis textos las acojo con cierta admiración, porque me admira que se haya construido ese lenguaje paralelo y que la academia no puede cortarlo; no hay caso».
Los kawéskar
El trabajo variado de Diamela Eltit se ha plasmado en investigaciones con Sonia Montesinos, con testimonios de mujeres mapuches, o en recopilaciones con el lingüista Oscar Aguilera, sobre los hablantes kawéskar (alacalufes). Revivir el relato de estos pueblos originarios le depararía en el mediano plazo grandes sorpresas, como la que le tocó vivir en Nueva York cuando a boca de jarro en medio de una protesta contra la violencia de género, se encontró con uno de los últimos nueve kawéskar vivos.
Carlos Edén, un kawéskar de 80 años radicado en el Bronx, arrancado violentamente de su tierra y de sus mares, representante de ese tesoro vivo de la humanidad según dijo en su momento la Unesco, se encargaría de enseñarle a Diamela Eltit gran parte de la cosmovisión de ese pueblo. Entre su medio sordera y su medio mal genio (las del natural de Puerto Edén), las largas conversaciones con la artista servirán para dar vida a escritos que ya la ensayista comprometió a legar a la Biblioteca Nacional, como para el goce y disfrute de todos. Pero también le dejarían a la escritora algo más: reflexiones.
«Yo pensaba que cuando nos muramos, la muerte de él va a ser mucho (lo dijo con una larga “u”) más importante que la mía. Porque aquí se acaba una historia entera. Fue un hecho poético que nos encontramos en la calle, en Nueva York. Y desde entonces yo nunca lo vi como menos; no tengo compasión ni me da pena, nada por el estilo; cada uno tiene la vida que tiene y punto», remató la ensayista.
Sacada de una costilla
Ya para el final del conversatorio, quedarían las referencias al cuerpo. Y nada mejor que hacerlo con una cita del filósofo francés Jean-Luc Nancy: “el cuerpo es nuestra angustia puesta al desnudo”.
Recordó Diamela Eltit aquel episodio cuando fue invitada por un grupo feminista a una conferencia en México y no sabía qué exponer. Entonces acudió –no se sabe si lo adoptará como una costumbre- a uno de los textos fundacionales por excelencia: la biblia. Puntualmente llevó a colación aquello de la mujer sacada de las costillas de un hombre. Le evocó de inmediato la idea de la mujer como un hueso, como algo pétreo, y también del cuerpo como una ficción.
«Yo pienso que el cuerpo es una ficción de cada uno de los sistemas, y que los sistemas construyen cuerpos. De forma que son distintos los cuerpos del siglo XVIII, XIX, XX o XXI. El cuerpo es un material de las industrias, esto del cuerpo fitness; la delgadez y a la vez la comida chatarra: sé bien delgada y come papas fritas, las dos cosas simultáneamente. Está hecho para provocar deseos del cuerpo y que el sistema lucre con ese deseo retorcido”.
Tras escucharlo, resultó más comprensible aquella referencia a Nancy con eso de ´nuestra angustia puesta al desnudo´.
Novela y ensayo
Diamela Eltit (Santiago 1949) es autora de novelas tales como: Lumpérica (1983), Por la patria (1986), Vaca sagrada (1991), Los Vigilantes (1994), Jamás el fuego nunca (2007), y Fuerzas Especiales (2013). Y también de profusos ensayos como El padre mío (1989), El infarto del alma (1994), Crónica del sufragio femenino en Chile (1994), Emergencias (2000) y su más reciente Réplicas (2016).
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