Oficialmente es el Mayordomo de Casa Central, pero todos sabemos que es mucho más que eso. Es la persona que busca la solución a cuanto problema se presenta, la que nos recibe con una sonrisa gratuita cada mañana; la que un día está escoba en mano, otro día con la manguera y otro, “chofereando”, porque él es así: multifuncional. Sin embargo, es mucho más que eso; para la mayoría es el amigo, el referente, el compañero amable y servicial. En resumidas cuentas, es el ícono de Casa Central. Hablamos de Guido Alberto Sáez Poblete, un freirino que dejó sus tierras para buscar mejores oportunidades, y que hace 23 años llegó como auxiliar a nuestra Universidad, donde ha dejado huellas imborrables.
Pero más allá de estas características, hay que reconocer que “don Guido”, tiene algo de magia en su entorno, porque siempre se le ve caminando con el manojo de llaves colgando en su cintura, mientras habla por teléfono, y responde “ya, voy para allá”. Lo curioso es que, sea donde sea que se le necesite, llega. Pero eso no es todo, esa expresión “hay que llamar a don Guido”, es como un mantra que todos los que trabajamos en Casa Central, recitamos con una convicción profunda e incuestionable, porque sabemos que es como invocar al que todo lo puede.
Bueno, y ni hablar de esos “ojitos de piscina”, ese pelo cano y esa estatura, que no destacarían sin esa actitud siempre positiva que lo caracteriza. Es la misma que abonó el cariño y respeto de sus compañeros, profesores y estudiantes. Porque hay que decirlo, hasta los “encapuchados” han tenido una actitud preferente con él, cuestión que confiesa con una modestia que no logra disimular.
Todo lo dicho explica una cosa: no hay rincón en Casa Central que escape al conocimiento de don Guido. Cada espacio, cada recoveco, cada escondite, está bajo sus narices. Aquí, realmente se hace carne ese tristemente dicho “no se mueve una hoja sin que él lo sepa”, y es que durante años ha recorrido, limpiado y “maestreado” en cada uno de los cinco pisos de este añoso edificio.
Agradecido, siempre
Desde allí, sentado en una de las bancas del patio central, conversa con la revista “La Ventana” (en proceso) sobre su vida en la Universidad de Playa Ancha. Es en ese momento cuando inclina la cabeza y se desdibuja esa generosa sonrisa. Esto ocurre mientras recuerda sus inicios en esta casa, sus historias y sus anécdotas. Da la impresión de que intentara hacerle el quite a la emoción, a la pena…entonces toma el manojo de llaves, y recorre con sus dedos cada una de ellas…como intentando no desprenderse jamás de esos metales, que abrieron las puertas de las oficinas, las salas y de su corazón.
“Estoy en un proceso difícil, porque sé que pronto me iré, pero también me siento feliz, agradecido por todo lo que me ha dado la Universidad”, dice con voz baja, mientras suspira, buscando las energías para seguir…”. Hace 23 años postulé como auxiliar a esta Universidad, porque quería que mis dos hijos fueran profesionales, y lo logré, gracias a los beneficios que tenemos como funcionarios. Qué más puedo pedir”, dice, mientras menciona que, a sus 67 años, la jubilación saldrá de un momento a otro.
-En la práctica, cualquier día puede ser su último día en la UPLA…
“Así es. Incluso, mis compañeros ya me hicieron la despedida, por si no volvía este año, pero aquí estoy. Seguimos trabajando con el mismo entusiasmo y compromiso de siempre”.
-¿Y se siente preparado para partir?
“Es un proceso. Estoy en ese proceso. No lo sé, es difícil. Incluso le pedí a mi esposa que me dejara unos días solo, porque es algo que debo procesar….no es fácil, pero ya estamos en los descuentos”.
En este contexto, relata que llegó como auxiliar, luego lo pidieron de Rectoría, después pasó a Humanidades, y desde hace casi diez años, se desempeña como mayordomo en Casa Central, no sin antes, pasar por los turnos nocturnos de rondín en distintos edificios, donde asegura, pasan cosas de otro mundo.
“Aquí yo he visto de todo. Hay una joven que se aparece, un fantasma, pero es una energía positiva. Al menos yo la siento así; pero también he visto cosas bastante terrenales, que no puedo reproducir”, dice mientras aflora una cómplice sonrisa que también compartió durante sus recorridos por este espacio en tiempos de pandemia.
Dando lo mejor
-Don Guido, usted no solo organiza y coordina a su equipo, sino que también hace lo que se requiera en el momento. ¿Por qué?
“Porque soy trabajólico. No me hallo haciendo nada, sentado. Yo solo trato de dar lo mejor que tengo, porque sé que la universidad me ha dado hartas cosas buenas”.
-¿A qué se refiere concretamente?
“Tengo buenos compañeros, me conoce mucha gente, soy bien cordial con todos, no discrimino a nadie. Me siento muy querido en la Universidad”.
-Usted es muy respetado y valorado en el trabajo…
“Sí, tengo ese don que, yo creo, lo saqué de mi madre. Siempre trato de dar lo mejor de mí en lo que hago y también con las personas con las cuales me relaciono. Me llevo bien con los compañeros, con los profesores y también con los estudiantes, Incluso he regalado hasta mi almuerzo a alguno de ellos”.
-¿Y cómo se visualiza después de jubilar?
“Trabajando, no hay otra opción. Ya he recibido varias ofertas de pegas. Todos saben que la jubilación no es muy buena, por eso yo seguiré trabajando hasta cuando me den mis fuerzas. No creo que me quede en la casa tranquilo”.
-Con la experiencia y conocimiento que tiene de la UPLA, ¿qué consejo le daría a quien viene recién incorporándose a nuestra institución?
“Bueno, yo lo que más le digo a mis compañeros es que el trabajo es bueno, que hay que cuidarlo, que la universidad entrega muchos beneficios. Aquí nadie anda con un látigo y todos saben lo que tienen que hacer. Deben querer su trabajo”.
-Pero a usted siempre se le ve haciendo un poco de todo…
“Sí, es que hay que hacer lo que se necesita. Si alguien no puede, se le ayuda. En esta pega, es bueno saber hacer de todo. A veces incluso, traigo mis propias herramientas para arreglar, pintar. Acompaño a los chiquillos, cargo, cambio techos, riego… hasta en la pandemia estuvimos de jardinero”.
-Pasa muchas horas en la universidad, ¿su señora no le reclama?
“A veces, pero ella sabe que esto es así. Incluso dice que, cuando me muera, mis cenizas la va a venir a tirar aquí a la universidad, pero me imagino que es una broma, aunque sé que cuando me vaya, parte de mi corazón se quedará aquí”.
Cariño infinito
-¿Qué es lo que más recordará de la universidad?
“El cariño y el apoyo que he recibido de tanta gente. Los buenos amigos, las buenas amigas, los buenos compañeros, las compañeras. Tengo una lista muy larga de la gente que voy a extrañar. Algo de mí se quedará aquí, por eso tengo que empezar a prepararme estos meses, porque es dejar algo que quiero mucho. Será difícil. A los que quedan solo les doy las gracias y los animo a seguir con buenas vibras, buena disposición. Y si me permiten, les doy un consejo: traten de solucionar los problemas antes de que lleguen al jefe”.
Con estas nobles palabras concluye la conversación con don Guido, un hombre de sonrisa generosa, bonachón y querible. En silencio, repasa con la mirada la presencia de los añosos árboles del patio central, testigos de su inmenso compromiso con la UPLA. Luego se incorpora, se ajusta el pantalón, repasa su manojo de llaves, y al tintineo de estas, emprende el camino por el pasillo que sabe pronto dejará de recorrer.