Dr. Manuel Guerrero Antequera, sociólogo: «Desde el punto de vista educativo, hay que poner mucha atención, porque el nuevo contexto de violencia también genera un contexto de aprendizaje para las personas»

Para inaugurar el año académico 2023 de la Facultad de Ciencias de la Educación, visitó nuestra casa de estudios el Dr. Manuel Guerrero Antequera, sociólogo, hijo de Manuel Guerrero Ceballos, quien fue profesor y dirigente magisterial, una de las tres víctimas del llamado «Caso Degollados» (1985).

En la ocasión nos habló de su libro “Sociología de la masacre. La producción social de la violencia”, donde aborda -desde lo teórico y lo empírico- la complejidad en que se expresa y enfrenta la violencia, a fin de plantearnos el cuestionamiento sobre cómo llega a producirse una masacre; cómo se llega a ser delator o torturador; en qué condiciones y de qué forma la población civil colabora con la coerción; y, cómo hacerle frente para contenerla y prevenirla.

  • De acuerdo a lo expuesto en su libro, ¿Cuáles son los tipos de violencia a las que nos enfrentamos? ¿hay aumento de la violencia o es que está más visibilizada?

En el libro “Sociología de la masacre. La producción social de la violencia”, se estudian los distintos tipos de violencia que se dieron de manera muy fuerte durante el siglo veinte, que eran de tipo aniquilatoria, lo que significa que era un tipo de violencia que se usa como recurso para eliminar a un determinado grupo. Otro tipo de violencia que también se utilizó bastante durante el siglo veinte es una a la que podemos llamar disuasoria, que es una violencia que se utiliza para cambiar el comportamiento de las personas.

Lo que se analiza es que, en distintos contextos y procesos históricos, durante el siglo veinte en occidente hubo una variación entre ambas violencias.

Entonces, por ejemplo, los genocidios, se tratan de una violencia unilateral contra la población, contra un grupo delimitado al que se le intenta eliminar, mientras, en otros tipos de violencia, como los terrorismos de Estado, que se experimentó en el caso de Chile entre 1933 y 1990, hubo una violencia combinada. Hubo prácticas genocidas para eliminar a ciertos grupos, pero también una violencia disuasoria, que era par dar ciertas señales para que la población se comportara de determinada manera.

Entonces, desde ese marco comparativo, y con esos antecedentes, lo que uno puede observar desde la investigación, es que cuando la violencia empieza a operar en determinado contexto social, la población en general empieza a tomar posición frente a esta violencia. Una parte de la población intenta pasar desapercibida. Otra parte se pliega a la violencia y hay un grupo que intenta resistirla, hacerle frente a la violencia.

  • ¿Cuáles son los mecanismos que están en la base para que la población se pliegue a la violencia, cuál es la violencia que se ejerce hoy?

Uno de ellos, es el mecanismo de la deshumanización del otro, que tiene que ver con expulsar de la comunidad moral a seres humanos a quienes se les etiqueta como una alteridad negativa.

Parte de la riqueza humana consiste en que somos diversos, que somos diferentes, pero en determinado contexto de violencia que se etiqueta a determinado grupo, desde el punto de vista del perpetrador de la violencia como una alteridad que me amenaza y que tengo que eliminar.

Ese proceso, es un proceso de deshumanización y en ese proceso de deshumanización, se pueden observar, por ejemplo, en el lenguaje cuando se ocupan metáforas clínicas.

Por eso se habla, por ejemplo, de un “cáncer que hay que extirpar de raíz” o se ocupan también imágenes de animales, como por ejemplo, en una publicación aparecida en los años setenta, una portada: “Exterminados como ratones”, decía una publicación. En el caso del genocidio nazi se les convertía en números, se les quitaba el nombre a las personas, etcétera. Ahí hay un proceso a través del lenguaje de deshumanización del otro. Y todos esos son distintos mecanismos que le permiten, a quien va a ejercer la violencia, suspender su responsabilidad moral. Lo que yo no quisiera que hicieran conmigo, con iguales a mí, yo como ya expulsado de mi comunidad moral, a través de estos mecanismos, ya no siento una responsabilidad cuando la infrinjo la violencia.

Pensemos, por ejemplo, ¿Cuál es el lenguaje con el cual nos estamos refiriendo a las diferencias? Diferencias que pueden formar parte de la pluralidad que enriquezca, por ejemplo, la convivencia, que haya diferencias que podamos resolver, canalizar de una manera razonable y pacífica.

Hay en el lenguaje actual público, en las redes sociales, en los actores políticos, en la intimidad de la vida barrial hay un lenguaje en que empezamos a apuntar al otro, como que no fuera igual a nosotros mismos, y me parece que sí, que hay ciertas señales. Hay ciertas señales que uno observa, por ejemplo, a propósito de las olas migratorias, que son parte de la realidad a nivel mundial. Cuando al inmigrante se le pone en una situación diferente al del nativo del propio país, podemos estar frente al mecanismo de deshumanización del otro. En cuanto a la diferencia, por ejemplo, en la identidad sexual, pienso en la transfobia, es lo mismo.

  • ¿Cómo podemos estar conscientes de esta violencia, cómo distinguimos las señales?

El llamado de atención que hago en mi libro es que examina la historia de la violencia aniquilatoria entre el siglo XX, y pone el foco en lo que pasó en Chile entre 1973 y 1990, y en aprender cuáles son las señales, desde dónde podemos identificar cuando estamos frente a ciertos mecanismos que se pueden activar y tenemos una responsabilidad. Tenemos una responsabilidad como población para hacerle frente a esto, a evitarlo, a anticiparlo, a no caer en ese tipo de dinámica.

Ahí es donde entra el rol de la educación, es decir, algo que ocurre cuando se ingresa a un ciclo de violencia aniquilatoria.

Estudio las masacres, es decir, la violencia unilateral contra población civil que no está en condiciones de defenderse. Por ejemplo, situaciones de guerra, población que ya se ha rendido, que está neutralizada y sin embargo se le elimina.

Está este mecanismo de deshumanización del otro, de expulsión de la comunidad de iguales, que ya no siento que lo que yo ejerzo es violencia contra un otro igual a mí, sino contra una cosa, por ejemplo.

Pero también he ahí, desde el punto de vista educativo, hay que poner mucha atención, porque el nuevo contexto de violencia también genera un contexto aprendizaje para las personas. Entonces, por ejemplo, si en períodos de paz, la meritocracia se basa en estudiar, sacar un título, tener certificados, ascender socialmente, obtener ciertos cargos de prestigio, de poder, a través de méritos como son los títulos universitarios, por ejemplo ¿Qué ocurre en un contexto de violencia? ¿Cómo se asciende, cómo se hace carrera? ¿Cómo se accede a puestos de poder? Va a ser a través de acciones crueles. Entonces empieza a ocurrir otro tipo de meritocracia, donde yo desaprendo los mecanismos pasados que ya no me sirven, porque en el nuevo contexto son premiados otros. O sea, hay un proceso de desaprendizaje de claves anteriores y un aprendizaje de las nuevas.

  • ¿Hay alguna forma de salir de ese circuito?

Ahí está el papel interesante que cumplieron el Comité Pro Paz y la Vicaría de la Solidaridad. A una semana de ocurrido el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, en el que se desata una ola de violencia. Entre el 12 septiembre de 1973 y el 30 diciembre de 1973, se concentra cerca del 60% de todos los muertos de los 17 años de dictadura. O sea, lo que hubo en menos de cuatro meses fue una masacre.

Y después, varía esto con el surgimiento de la DINA, de la CNI, en que ya se concentra la violencia en un servicio más profesionalizado. Hay una coordinación entre las agencias, se bajan los números de muertos, pero aumenta el número de torturados, que va a ser una característica. Los informes de Verdad y Reconciliación reconocen alrededor de 3200 ejecutados políticos y el Informe Rettig habla de prisión política y tortura, reconociendo más de 40.000 torturas. Es decir, cambia sustantivamente el número en ese contexto de violencia en que la población que no participa en el conflicto principal mira y dice ¿Qué es lo que hago?

Algunas pasan desapercibidas, otras se pliegan a través de la denuncia. Por ejemplo, colaboran de manera indirecta con la violencia. Pero hay un grupo que a la semana del golpe (trabajadoras sociales, abogados jóvenes, laicos, religiosos), se organizan para registrar, observar, denunciar, sistematizar, documentar lo que está ocurriendo y de esta forma activaron redes de solidaridad internacional que permitió que incluso la cifra de muertos en Chile fuera bastante más bajo que en otra dictadura del Cono Sur.

¿En un contexto nuevo de violencia, donde la población en general está viendo qué hacer para sobrevivir: me sumo a la violencia o me pongo al margen? Hay un grupo de personas que le pudo hacer frente, y ahí es donde entonces uno podría estudiar la trayectoria de estas personas, trabajadoras sociales, religiosos, laicos. Hubo ciertas competencias que ellos tenían, ciertos valores, habilidades, destrezas, cierta forma de enfrentar situaciones muy críticas, como son los escenarios cruzados por la violencia extrema, que le permitieron en estas condiciones no hacerse parte de ella, no hacerse parte tampoco el conflicto principal, sino resistir la tentación de tomar parte de la violencia.

Ahí yo creo que hay una educación para lo que podríamos llamar una educación en derechos humanos, por ejemplo, que no es una educación en aprender los artículos de la creación en derechos humanos, sino que una educación en que lo espacios en los cuales yo participo, se vuelven espacios de escucha activa, de resolución pacífica de los conflictos, de canalizar emociones en un lenguaje que nos podamos entender, de ponernos en la perspectiva del otro, de ejercer la empatía y la compasión, el poder decir no en situaciones que todo el mundo obedece al más fuerte, es decir, hay una serie de elementos ahí que una pedagogía crítica con valores de los derechos humanos encarnado en las prácticas, pueden resistir.

Ahí están las trayectorias, por ejemplo, las trabajadoras sociales, los pedagogos que venían de historias de participación social, pero de una forma que no establecía la distinción amigo/enemigo, por ejemplo.

  • ¿Qué pasa con la gente que desconoce esta violencia hasta el día de hoy, que dice que no existió, que es falso, que no pasó nada?

Ahí yo creo que hay una variedad de situaciones, o sea, por un lado, situaciones tan traumáticas como estas de violencia extrema que son las masacres, como son los genocidios, la guerra civil y, en el caso de Chile, el terrorismo de Estado. El negacionismo es una forma también de no hacer frente a esas situaciones traumáticas, o sea, estas son situaciones que atravesaron y quebraron comunidades completas, lugares de trabajo, familia, etcétera

Entonces no es simple elaborar estas memorias traumáticas, no es simple para quien la padeció desde el lugar del dolor, porque cómo nombrar lo que le pasó, por ejemplo, a la víctima de la tortura, como no es simple para los hijos e hijas de detenidos desaparecidos, porque no pueden cerrar su duelo, no tienen un cuerpo. No es simple para los hijos e hijas de familiares ejecutados políticos porque hay una demanda de justicia que todavía no ha sido completamente resuelta, pero tampoco es simple, por ejemplo, de parte de familiares de personas que participaron por el momento, por factores como la edad, la institución en que estaban, en estas prácticas genocidas. ¿Cómo se resuelve esto, de que tengo un familiar que participó de esto o entregó información? ¿Cómo se elaboran esa memoria?

Un camino de ello es la negación, la negación de que esto en realidad no ocurrió, de que esto en realidad es un cuento, son historias. Y resulta que hay documento oficial. Está en esta ley, la historiografía, que documenta esto, están los testimonios visuales, están los relatos orales, es una realidad a la cual hay que enfrentarse, por muy delicada que ésta sea, pero tiene que ser.

Por eso, mi esperanza está en que ojalá en esta conmemoración de los 50 años del golpe se pudiera, sea una instancia educativa en derechos humanos, pero también en cómo somos capaces de sentarnos a ver esta distinta perspectiva, escucharnos, tratar de ponernos también en el lugar del otro. A eso es a lo que invita a este libro. Este libro, por ejemplo, tiene todo un capítulo dedicado a cómo la población se hizo parte del mecanismo de la denuncia, de la colaboración, de qué ocurre cuando hay un contexto de violencia que para sobrevivir, incluso hago algo que atenta contra mi propia identidad.

Va a haber otro sector que, por razones ideológicas, pueden ver esto, lo que ocurrió, como algo que algo que debía ocurrir. Bueno, discutámoslo, expongan también sus argumentos. Lo que hace el libro es que no entra en el análisis de las causas del golpe militar, pues respecto a eso, hay muchas interpretaciones. Una vez que se desata la violencia ¿qué es lo que ocurre con ella? Aún, 50 años después, cargamos con esas heridas.

  • ¿Hay posibilidades de reconciliación verdadera?

Es claro, no decir: “ni perdón ni olvido”, tampoco decir que: “esto no ha pasado”, son dos posiciones que existen en la sociedad.
Pienso que las sociedades que han atravesado experiencias de violencia extrema y experiencias traumáticas como esta, que quebraron a la comunidad política, tienen una posibilidad de aprendizaje, tienen una posibilidad de encuentro en la medida que elaboren estas experiencias traumáticas y la forma de elaboración no puede ser la negación.

La forma de elaboración tampoco puede ser la deshumanización del otro.

La forma de la elaboración creo que requiere un piso de justicia mínimo, o sea, requiere que lo que se llama los mecanismos de justicia transicional de sociedades post genocidas, tienen que pasar por momentos en que se hace investigación, se establece la verdad (mediante los informes), se hace justicia para que actúe el Estado de derecho con debido proceso, y que exista un trabajo de mantener la memoria viva y haya garantías de no repetición.

En la medida que esa justicia transicional se dé en las personas en su intimidad, también tienen la posibilidad de elaborar esto de manera distinta, de encontrarse con el otro, también asumiendo responsabilidades en los distintos roles que les cupo y para nuevas generaciones. Conocer la historia tal como es. Entonces, este ejercicio no es un ejercicio simple pero que se puede atravesar.

Hay otras experiencias, y para ello se requiere que esto sea tratado en instancias institucionales, donde esta conversación se pueda dar como un espacio seguro. En estos 50 años, yo creo que hay una oportunidad, que ojalá no perdamos, en que por ejemplo, a nivel del plano de la familia, de los lugares de trabajo, surja la conversación de que vayamos a la historia, vayamos a los antecedentes, vayamos a los casos y surjan los distintos testimonios.

Por ejemplo, hay muchos muertos, evidentemente hay violaciones sistemáticas y masivas de los derechos humanos, pero hay otros que se deben al gatillo fácil, es decir, que había conscriptos muy jóvenes que no sabían utilizar el armamento, que fueron traídos desde el norte de Chile, o de Magallanes, o del centro del país, que estaban asustados, o porque había toque de queda. Hay muchas situaciones distintas, ellos pueden contar su historia.

Hay uniformados que dijeron no al golpe militar, marinos, por ejemplo, constitucionalistas, de quienes se debería conocer su historia. Es decir, aquí hay muchos testimonios por conocer, como también hubo militantes comunistas, por ejemplo, que luego se pasaron a la fila de la represión y se convirtieron en torturadores.

¿Qué pasó de ahí? Hagámonos la pregunta a nosotros también: ¿Qué haría yo en un contexto de violencia extrema? ¿Qué tipo de posición tomaría?

Afortunadamente, en ese contexto estuvo este ejemplo luminoso del Comité Pro Paz, la Vicaría, o sea, estaba la posibilidad también de hacerle frente de una manera creativa y no plegarnos a una violencia que tiene daños. Imagínate, llevamos 50 años así.

Yo quiero creer en la posibilidad de que es posible un reencuentro. En la medida que se dé, se dé la verdad, se dé la justicia, se dé la reparación, se dé la memoria y se dé esta conversación en la que cada uno pueda traer su experiencia, y juntos podamos elaborarla, para que los derechos humanos de todas y todos sean el piso mínimo de la convivencia democrática.

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