Realizar actividad física de intensidad moderada a vigorosa es una de las recomendaciones que entidades como la Organización Mundial de la Salud sugieren para lograr un bienestar físico y emocional. En el caso de los niños y adolescentes, esto supone dedicar al menos 60 minutos diarios a este tipo de ejercicios.
Sin embargo, esta rutina también es útil para favorecer las habilidades cognitivas en este grupo de la población, lo que puede incidir en su capacidad de aprendizaje.
Así lo plantea un trabajo realizado por investigadores chilenos de la U. de Playa Ancha (Upla) y de la U. Católica, junto a académicos de las universidades de Porto (Portugal) y de Tolima (Colombia). En él analizaron datos de 295 estudios internacionales para recoger evidencia sobre cómo afecta el ejercicio físico de alta intensidad en las funciones ejecutivas en niños y jóvenes.
«Las funciones ejecutivas son tres, el control inhibitorio —la capacidad de concentrarse en una información específica—, la flexibilidad cognitiva —la capacidad de cambiar sin resistencia las representaciones mentales entre dos tareas demandadas— y de trabajo», explica Tomás Reyes, académico de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte de la Upla y quien lideró este trabajo como parte de un proyecto de posdoctorado.
De estas tres funciones, es la memoria de trabajo, es decir, la capacidad de retener información para trabajar con ella con posterioridad, la que tiende a verse más favorecida por una actividad física intensa, según pudieron comprobar. Y es precisamente esta función la que cumple un rol relevante en el aprendizaje, precisa el investigador.
«La actividad física de alta intensidad aumenta la concentración de oxigenación en la corteza prefrontal, que es la región del cerebro asociada con las funciones ejecutivas, mejorando la capacidad de respuesta».
Como lo describe la OMS, la actividad de intensidad moderada a vigorosa es aquella que aumenta el ritmo cardíaco y hace respirar más rápido a quien la realiza, Trotar o correr, nadar rápido, andar en bicicleta a gran velocidad, subir escaleras o ejercicios aeróbicos son algunos ejemplos.
También lo es el entrenamiento físico con intervalos de alta intensidad (HIIT), agrega Reyes. En los últimos años, diversas investigaciones se han centrado en su efecto en la función cognitiva de los adultos, pero no en niños y adolescentes. El problema es que este tipo de actividad «es muy monótona, por lo que es necesario buscar alternativas, a través del juego, que eleven la intensidad en niños y adolescentes».
Juegos de relevos, correr varios metros eludiendo obstáculos, así como juegos de cooperación (darse pases con el balón, por ejemplo), en espacios reducidos, son alternativas beneficiosas para la población escolar. «No solo para incorporar en Educación Física, sino también trabajo en el aula. Además, son juegos en grupo, de manera que indirectamente también se potencian aspectos como la colaboración y habilidades sociales», dice Reyes.
El experto precisa que no está claro si el beneficio de esta actividad intensa a nivel de la memoria de trabajo está dado mayormente por su efecto agudo (una única sesión) o crónico (una serie de intervenciones a lo largo del tiempo), un área que pretenden estudiar a continuación. Asimismo, esperan estudiar cómo incorporar actividades de alta intensidad dentro del aula.
Actualmente, el Ministerio de Educación cuenta con “Activamente”, cápsulas audiovisuales que ofrecen algunos ejercicios (como pararse en un pie y saltar 20 segundos), en cuyo diseño participó Reyes junto a expertos de otras universidades del país, y que podrían servir de base ra ofrecer más alternativas de movimiento a los escolares.
Los niños en edad escolar, de 6 a 12 años, que duermen menos de nueve horas por noche tienen diferencias significativas en ciertas regiones del cerebro responsables de la memoria, la inteligencia y el bienestar, en comparación con aquellos que duermen entre las 9 y 12 horas recomendadas, según un nuevo estudio de la Facultad de Medicina de la U. de Maryland.
«Descubrimos que los niños que no habían dormido lo suficiente, al comienzo del estudio tenían menos materia gris o un volumen más pequeño en ciertas áreas del cerebro, en comparación con aquellos con hábitos de sueño saludable”, dijo Ze Wang, autor del estudio. «Estas diferencias persistieron después de dos años, un hallazgo preocupante que sugiere un daño a largo plazo para quienes no duermen lo suficiente».
Lo anterior, además, se correlaciona con mayores problemas de salud mental, como depresión, ansiedad y comportamientos impulsivos, en quienes no dormían.
Fuente: El Mercurio, lunes 1 de agosto de 2022, página A9 (acceso para suscriptores).
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