Reflexión de académico Felipe Vergara: «Educación remota y deshumanización pedagógica. El mal menor»

La excesiva tecnología nos hace olvidar lo humano. Hoy estamos frente a una sociedad constituida por familias que no necesariamente obedecen a la funcionalidad sacra que tant@s desearan, porque en definitiva 7 de cada 10 familias en Chile se construye sobre un núcleo parental donde los tuyos, los míos y los nuestros constituyen la nueva familia nacional. Del mismo modo se está en frente de padres y madres que pasan 14 horas atendiendo las necesidades de las empresas o instituciones donde laboran, lejos de las 8 horas que el código laboral establece!!. Las «metas» y el «bono de productividad» son necesarios para conseguir un sueldo relativamente digno, y para ello dependen de horas extras las que se traducen en menos tiempo para cultivar lazos con los hijos. En plena crisis mundial, países más desarrollados económica e intelectualmente han fijado posturas draconianas para evitar la propagación del contagio y proteger a cada uno de sus ciudadanos sin depender esto de la edad o grupo socioeconómico al que se pertenece. Acentúo que esas políticas son propias de países desarrollados INTELECTUALMENTE, donde no cabe el algoritmo de anteponer productividad v/s riesgo de vidas.
Esta nueva presencialidad ha transformado nuestro día a día, y hemos visibilizado que la escuela, liceo o colegio era más que esa construcción subalterna que pretendían algunos. Nos dimos cuenta que para muchos era una guardería necesaria donde dejar a los hijos para seguir atendiendo al empleador y, en algunos casos, un espacio para que los hijos recibieran un almuerzo. Definitivamente, nunca fuimos jaguares. Prueba de lo anterior son los manifiestos de internautas, repletos de reflexiones vacías que exigían se les pagara el sueldo del profesor, por cuanto ahora su hijo estaba siendo educado por él o ella; Ionesco pensamiento producto de febriles elucubraciones propias del individualismo. Solo basta con entender que el sueldo de un profesor no “nace” de un solo alumno, sino que son -en el mejor de los casos- el resultado de atender 30 a 45 pupilos.
Esas bárbaras exigencias expresan los primeros indicios que no somos un país desarrollado intelectualmente, tal vez el modelo al que nos hemos adscrito en los últimos 40 años permutó el pensamiento crítico por una idea plana de consumo-beneficio-ganancia. Dejando la visión humanista de la vida para abrazar las (i)lógicas ideas de un pensamiento de mercado.
¿Qué nos dice todo esto? Ortega y Gasset nos advertía en el inicio del siglo XX que el hombre con tanta excitación por el progreso, el ascenso social y el snobismo marchaba pronto a la deshumanización, ejemplificando su categórico con la Artes.
Para algunos filósofos la educación es ciencia y la pedagogía un “arte”, es por eso que esta idea orteguiana tiene asidero, partiendo porque son muchos los que han desvirtuado y prostituido el verdadero rol de la escuela. La tecnocracia instala un discurso de la necesidad de volver a la normalidad, donde el leit motiv no es más que buscar una reactivación económica, pero ¿cuáles son esos costos? Estudios internacionales señalan que niños y jóvenes no tienen mayores riesgos de mortalidad frente al COVID19 ¡¿podemos frente a esta “certeza” sentirnos con el derecho de exponerlos?. Humanamente y desde la vocación de profesor es aberrante convertir las escuelas en antesalas de patíbulos mortuorios, y pensar lo contrario es, en definitiva, caer en la deshumanización de la vocación pedagógica.
Hoy escuelas, liceos y universidades están cerradas producto de la contingencia, por lo tanto debemos confrontar y responder al desafío de las ausencias. Eso sí, no se puede creer que estas formules de sobrellevar la educación remota puedan con el tiempo desplazar la función docente.
Despertarse y sentarse frente a una pantalla para entregar una clase, es para aquellos que interactuamos con recursos tan básicos como una pizarra, como para aquel que maneja presentaciones interactivas, una cuestión deshumanizante. Porque entendemos que esta presencialidad de la distancia contraviene la esencialidad del enseñar. La educación “remota” genera autofagia pedagógica solo por el hecho de quebrantar el principio durkheimiano de la socialización tanto primaria como secundaria. Esta resolución momentánea no puede llegar y quedar para institucionalizarse, menos en los niveles primarios. Hoy aceptamos el desafío, pero sabemos que el rol dentro del aula deberá retomarse con más fuerza y sobretodo apuntando al fortalecimiento de vínculos y garantizando una formación integral.
Otro derrotero que preocupa tiene matriz basal de corte ontológico. El hombre es un ser gregario por naturaleza y esencia. La llegada del COVID-19 reduce el aula a pulgadas de pantallas, donde nos “vemos”, pero no hay interacción real. Tal vez el mayor logro puede ser visualizar un diálogo acotado expresado en un mensaje de texto, dificultando la expresión argumentada, y más preocupante: la discusión. Esto es otro atentado a la pedagogía, pues deshumaniza las funciones racionales como el pensamiento crítico y discursivo. Sin embargo, seguiremos trabajando desde el hogar porque lo primordial en estos momentos es seguir cultivando los hábitos, pieza fundamental para la formación de un individuo, ya que aporta responsabilidad y sistematización.
La crisis condujo a operar Meet, Zoom aulas virtuales, pero no puede ser considerado que estas decisiones formen parte una innovación pedagógica. Los recursos tecnológicos son sólo eso -simples recursos- no garantizan aprendizaje efectivo o real; por eso se entiende que apoderados reclamasen en redes que sus pupilos eran “reventados con guías”, es hora de entender que la guía es un recurso, no es por si mismo enseñanza. Ese trabajo lo hace un profesor, quien está facultado para explicar y conducir el proceso. Pretender reemplazar el profesor con un tutorial de youtube, es deshumanizar la función de enseñar y corregir.
Ray Bradbury reflexionando sobre su cuento “Vendrán lluvias suaves” dijo: No se puede enseñar por ordenador. Algunos dicen que sí, pero yo pienso que no se puede. Si la televisión, Internet, el ordenador, llegan más tarde a las vidas de los chicos, habrá una generación sólida y fuerte. Esto depende de los maestros, como de los padres depende controlar que se lleve adelante ese proceso”. Hoy dependemos de esos recursos para promover algo que llamamos educación remota en tiempos de crisis, esperemos que sea solo una salida utilitaria sin grandes pretensiones de creer que estamos solucionando un problema, muy por el contrario sabemos que habrán muchas “tareas futuras que revisar”.
Por último y a modo de reflexión. Se acerca mayo, y muchas madres, no recibirán el regalo de su hijo construido en la escuela. ¿No le parece esto otra forma más de deshumanización?. Las escuelas están vacías, sin bulla, sin gritos, sin murmullos están en silencio, para Lord Byron, el silencio era empático con el abandono. Es preferible ese silencio antes que vivir con la angustia y la preocupación de que nuestros hijos contraigan o sean vectores del COVID 19, pues esa incertidumbre, sería un atentado contra la salud mental de los padres y apoderados.

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