Desde la ventana de mi oficina, en la Universidad de Playa Ancha, veo pasar un barco hacia el sur, es un carguero de mediano tamaño con cinco disciplinados mástiles que equilibran su estructura.
Su imagen me hace pensar en nuestro querido poeta, fue un barco siempre orientado hacia el sur, barco que cruzó los mares de la poesía occidental y chilena, dejando una estela que aparece en los versos de cada poeta después de él.
En este momento, cómo no pensar en Neruda y Parra, dos sendas de la poesía chilena que cada poeta posterior ha caminado por un momento. Neruda y su propuesta de una poesía sin pureza, con manchas de sangre y polvo, se trataba de hundirse entre las cosas. Parra y su antipoesía de confesada raíz huidobriana pero inaugurando una segunda vanguardia a mediados de siglo, vanguardia que trabajaba con materiales de la tradición poética y de una nueva poética que se alimentaba de lo cotidiano con tono agudo e incisivo. La vanguardia de Parra, como la de Neruda, no fue una fórmula momentánea sino una nueva concepción de la poesía que ha dejado ecos hasta hoy.
Hace un par de años viajé a Isla negra, Cartagena y Las Cruces con un grupo de estudiantes de Pedagogía en Castellano de la UPLA. Era la travesía anual. Al llegar a Las Cruces, nos acercamos a la casa de Parra, unos visillos semitransparentes dejaban traslucir una cabeza cana que observaba semi oculto. Yo y mis estudiantes permanecimos en silencio, contentos con el solo hecho de estar ahí. Después de un rato apareció una señora, era quien lo cuidaba. Me atreví a preguntarle si podíamos saludarlo, muy brevemente. Dijo que le consultaría. La ansiedad nuestra era mucha. Volvió al rato y nos dijo: “Dice, don Nicanor, que esperen un poco”. Debo confesar que los corazones, el mío y el de mis estudiantes, latieron juntos de emoción. Pasaron unos cinco minutos, se abre la puerta y aparece el poeta medio despeinado y con una sonrisa. “¿y ustedes quiénes son?”, nos pregunta, le explico. Nos mira y comienza a hablar, “¿conocen a tal poeta?”, recita en francés los versos de un poeta simbolista, no de los más conocidos. Le pide a su cuidadora que ponga un asiento para mí. Le digo que mis estudiantes quieren recitar algunos de sus poemas. Escucha con atención, es un momento entrañable. “Ya, váyanse, estoy cansado”, nos dice, en tono cariñoso, medio paternal.
Le estrecho las manos y salimos en silencio.
El barco que divisé desde mi ventana ha desaparecido en el horizonte, va rumbo al sur, su estela queda y se fusiona con las aguas y sus cruces infinitos.
Dra. Marcela Prado Traverso
Académica del Departamento de Literatura
Universidad de Playa Ancha
UPLA.cl
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