La sentencia con que iniciamos esta crónica puede parecer al lector un tanto desconcertante, ya que tenemos la certeza de que no pudiera concretarse en la realidad contingente. Probablemente, la frase tiene un sentido metafórico y, en consecuencia, estaría dentro de los parámetros de la ficcionalización. O bien, podría ser que el autor de la misma estuviera aludiendo con ello a una experiencia vital límite. De todas maneras, para quien escribe estas líneas es una sentencia genial.
Efectivamente, la frase fue dicha por Sir Tomás Moro en uno de los momentos álgidos de su existencia, ya que estaba recluido en la Torre de Londres por negarse a jurar sobre derechos sucesorios, que a él le repugnaba, pues iban contra sus principios cristianos y católicos. Su familia sí lo había hecho. Margarita, una de sus hijas, lo visitó en la Torre y le argumentó que el secretario Cromwell mandaba decir que el Parlamento aún sesionaba, y que leyes adicionales podrían poner nuevamente a Moro en peligro de sufrir la pena de muerte. Tomás Moro respondió, entonces, que no habría ley “que podría ponerlo con justicia en mayor peligro, y en tal caso, “un hombre puede perder la cabeza sin sufrir daño”.
Una de las características de la personalidad de Moro –que fue Canciller del rey de Inglaterra, Enrique VIII- fue su carácter capaz de ironizar las situaciones más complejas y difíciles que le cupo enfrentar. Este rasgo de cierta comicidad con que encaraba la realidad, le entronca con uno de los humanistas a que nos referíamos en otra crónica. Moro y Erasmo de Rotterdam fueron amigos, y este le dedicó la obra “Elogio de la locura”, y lo calificó como un excelso humanista. Esta personalidad lo llevará a colocar su cabeza en el cadalso donde el verdugo lo decapitará. La historia nos cuenta que Moro anduvo por su pie, apoyándose en un bastón, desde la Torre hacia donde lo esperaba el verdugo para cumplir la sentencia decretada por Enrique VIII.
Según narra la crónica histórica, Moro, “murió con notable presencia de ánimo, y sin que le abandonase un instante su innato sentido del humor y de la broma. En el momento de subir al cadalso, por cierto, muy flojamente construido, dijo al lugarteniente que le custodiaba y acompañaba “que lo ayudase a subir, pues para bajar no necesitaría ayuda alguna”. Moro ascendió hacia el lugar del martirio recitando el salmo 50: “Miserere mei Deus, miserere mei/ secundum magnam misericordiam tuam”. Cuando estuvo frente al verdugo -que sí tenía conciencia de quién era el condenado a muerte-, Moro lo tranquilizó nuevamente con un toque de humor, diciéndole que tuviera cuidado de no dañar la barba que le había crecido mientras estaba en prisión. Previamente, había dicho en alta voz que “moría en la fe y por la fe de la Iglesia Católica, como leal servidor del rey, pero antes de Dios”. Luego, él mismo colocó su cabeza sobre el tajo. Era el 6 de julio de 1535.
Tomás Moro es como lo hemos dicho más arriba uno de los humanistas más sobresalientes que ha dado la historia. Un hombre recto, consecuente y fiel a sus principios. En la personalidad de Moro se conjugan el jurista, el parlamentario, el diplomático, el estadista; pero, sobre todo, un hombre de familia, un pater familias, en el sentido romano del término, además de ser un amigo generoso y leal. A lo anterior, hay que agregar el sentido de la religiosidad inherente a su forma de ser y a su carácter. Erasmo había dicho de él que era “un hombre de una sólida piedad”.
Este humanista –que hicieron subir a “la nave de los locos”– es autor de varias obras. Era, por tanto, un hombre de letras. La historiografía, sin embargo, lo recuerda por una obra que el transcurrir de los siglos no ha desgastado, pues las reflexiones que Moro llevó a cabo en ella sobre la base de la invención de la Tierra de Nunca Jamás han seguido repercutiendo en la literatura y en el pensamiento universal. Nos referimos a la “Utopía”, una obra que adopta la forma de un diálogo entre Pedro Egidio –un humanista amigo de Erasmo y de Moro-, el propio Moro y un personaje ficcional llamado Rafael Hitlodeo.
La “Utopía” de Moro está dividida en dos partes. La primera, fue escrita en 1516, mientras que la segunda, el año anterior. Rafael Hitlodeo, según la narración dialogada, había sido compañero del navegante Américo Vespucio, y la mayor parte de la obra trata de la descripción de Hitlodeo de una distante república: Utopía. La palabra ha pasado a designar con el tiempo un no lugar, un espacio imaginario e ideal, que es también una Ucronía, es decir, que no está en ningún tiempo. El humanista Tomás Moro calificó esta obra como festiva. Sin duda, que la “Utopía” tiene rasgos escriturarios que revelan la personalidad de Moro a que hemos aludido. La obra como un divertimento y con un carácter lúdico que salta desde las primeras páginas. Sin embargo, esta dimensión lúdica es aparente, ya que tras lo festivo está una obra que tiene un contenido complejo y denso. Se trata de un texto de “una honda y acerba crítica social y política. Es indudable esta intención crítica, pues, como filigrana y trasfondo, se punta siempre a la Inglaterra y la Europa coetáneas”.
El humanismo de Tomás Moro queda en esta obra clásica completamente transparentado: la “Utopía” es reflejo de la personalidad de Moro, de la Humanistas Christiana, dialogal y dialéctica, lúdica y crítica, “transida de fe en el optimismo vital humanista, moralizante y antimaquiavélica”.
Por Eddie Morales Piña
Académico de la Facultad de Humanidades
Universidad de Playa Ancha
Publicado en: casablancahoy.cl el 3 de junio de 2016.
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