El 17 de diciembre fue inaugurada en la Universidad de La Serena la exposición “Hermosilla Grabador”, compuesta por parte de la colección de grabados del Fondo de las Artes de la Universidad de Playa Ancha. La muestra, que pone en valor parte importante del acervo creativo del connotado artista nacional, será exhibida en el Centro de Extensión de la institución nortina.
Del artista
La vida y obra de Carlos Hermosilla cruzó el siglo XX casi de punta a cabo, desde 1905 a 1991. Su vida no se consumió en vano, ya que creó una obra representativa, una escuela de la disciplina del grabado y no detuvo nunca su generosidad, tan prolífica como su obra, que en su mayoría está posesión del Fondo de las Artes de nuestra universidad. En vista de una nueva conmemoración, casi inadvertida, es necesario revisar la existencia de este artista, tan vinculado a Valparaíso y Viña del Mar.
El grabador nació en el Cerro Alegre, en una familia que era sustentada por la labor de Carlos Hermosilla padre, quien tenía un pequeño taller litográfico en su hogar. Sólo con diez meses el pequeño Carlos comienza a resistir los embates de la naturaleza: sobrevive a un letal terremoto de 1906, el mismo que determinaría la convalecencia con desenlace fatal para el poeta Carlos Pezoa Véliz. Con las imaginables pérdidas materiales, la familia Hermosilla emigra al Cerro Toro, al entorno de la Iglesia La Matriz.
Los apuros económicos hacen que la familia se desplace a Concepción, y es allí donde el futuro artista, a los diez años, comienza a probar la realidad de la infancia de las clases populares, realizando distintos oficios. Con la inestabilidad propia del estilo de vida que llevan, deciden ir a Santiago en vista de mejoras laborales para el líder del clan. Y si soportar un terremoto no bastara, el pequeño contrae una tuberculosis que casi lo deja inválido. En la larga convalecencia comienza a dibujar, y apenas pasados los veinte años comenzaría a conseguir sus primeros premios en los Ateneos Artísticos Obreros.
Posteriormente, trata de insertarse en la Escuela de Bellas Artes de la capital, que estaba en receso. Participa en la revista Gong, dirigida por Oreste Plath, y logra ingresar a la Escuela de Bellas Artes reabierta, a estudiar dibujo. Después, se integra al taller de grabado dirigido entonces por Marco Bontá. Este fue uno de los escasos talleres de la época, pues el grabado había sido, hasta entonces, considerado una técnica menor en comparación a la pintura, y su enseñanza era discontinua. No es arriesgado decir que en el taller de Bontá se estaba formando la primera generación de grabadores modernos en Chile, ya que en el pasado el grabado servía para ilustrar las liras populares.