La vida y obra de Carlos Hermosilla cruzó el siglo XX casi de punta a cabo, desde 1905 a 1991. Su vida no se consumió en vano, ya que creó una obra representativa, una escuela de la disciplina del grabado y no detuvo nunca su generosidad, tan prolífica como su obra, que en su mayoría está posesión del Fondo de las Artes de nuestra universidad. En vista de una nueva conmemoración, casi inadvertida, es necesario revisar la existencia de este artista, tan vinculado a Valparaíso y Viña del Mar.
El grabador nació en el Cerro Alegre, en una familia que era sustentada por la labor de Carlos Hermosilla padre, quien tenía un pequeño taller litográfico en su hogar. Sólo con diez meses el pequeño Carlos comienza a resistir los embates de la naturaleza: sobrevive a un letal terremoto de 1906, el mismo que determinaría la convalecencia con desenlace fatal para el poeta Carlos Pezoa Véliz. Con las imaginables pérdidas materiales, la familia Hermosilla emigra al Cerro Toro, al entorno de la Iglesia La Matriz.
Los apuros económicos hacen que la familia se desplace a Concepción, y es allí donde el futuro artista, a los diez años, comienza a probar la realidad de la infancia de las clases populares, realizando distintos oficios. Con la inestabilidad propia del estilo de vida que llevan, deciden ir a Santiago en vista de mejoras laborales para el líder del clan. Y si soportar un terremoto no bastara, el pequeño contrae una tuberculosis que casi lo deja inválido. En la larga convalecencia comienza a dibujar, y apenas pasados los veinte años comenzaría a conseguir sus primeros premios en los Ateneos Artísticos Obreros.
Posteriormente, trata de insertarse en la Escuela de Bellas Artes de la capital, que estaba en receso. Participa en la revista Gong, dirigida por Oreste Plath, y logra ingresar a la Escuela de Bellas Artes reabierta, a estudiar dibujo. Después integra el taller de grabado dirigido entonces por Marco Bontá. Este fue uno de los escasos talleres de la época, pues el grabado había sido, hasta entonces, considerado una técnica menor en comparación a la pintura, y su enseñanza era discontinua. No es arriesgado decir que en el taller de Bontá se estaba formando la primera generación de grabadores modernos en Chile, ya que en el pasado el grabado servía para ilustrar las liras populares.
Grupo de Grabadores de Viña del Mar
La vuelta de Hermosilla a Valparaíso vino acompañada con una decisión que marcaría el futuro de su arte, dictar la primera cátedra de Grabado en la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar, en 1939. Desde allí proyectaría un movimiento en torno a esta técnica, el Grupo de Grabadores de Viña del Mar, que en un principio solo tuvo comparación con las principales escuelas de Santiago. Desde el taller del GGVM, el que Hermosilla dirigió por más de 30 años, surgieron una serie de talentos con distintas proyecciones, tales como Sergio Rojas, Pedro Skarpa, Ginés Contreras y Marina Pinto, su esposa y también una notable escultora.
Las exposiciones individuales y colectivas de este grupo se multiplicaron en el país y fuera de él, alcanzando “el Maestro” reconocimientos como “Artista del Pueblo” durante el gobierno de Allende, el cual debe ser el más representativo de toda su trayectoria, ya que retratar al pueblo fue la impronta de su obra. Los rostros vívidos, los escenarios de trabajo más representativos de nuestro país –la minería, la pesca-, el anfiteatro porteño y los movimientos sociales.
Hombre generoso, también se dedicó a la poesía, y editó algunos libros e incluso traducciones de grandes poetas como Whitman. Además, colaboró en las ediciones de colegas escritores, tanto financiando los libros como aportando sus grabados para los portadas de otras publicaciones.
Con el advenimiento de la dictadura en Chile, Hermosilla quedó excluido de su cargo y cayó en el ostracismo del país en el ámbito cultural. Aún así, se realizaron exposiciones de su obra fuera del país y alguna locales. La vuelta de la democracia significó una serie de homenajes a la larga labor artística de Hermosilla, así como el final de su vida el 16 de octubre de 1991.
La mayor parte del legado de Carlos Hermosilla está en manos del Fondo de las Artes de nuestra universidad, acervo que entre matrices, dibujos y grabados supera las seis mil obras, sin considerar la documentación personal -cartas, libros, fotografías- y las obras de condiscípulos y artistas contemporáneos del eximio grabador porteño.
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