La complejidad de los desafíos que enfrenta América Latina en el umbral del 2025 requiere un análisis profundo y multidimensional. Martínez (2023) argumenta que “los nuevos retos económicos en Latinoamérica requieren una transformación estructural profunda que va más allá de las políticas tradicionales”. Esta transformación debe abordar no solo las políticas macroeconómicas convencionales, sino también, aspectos estructurales como la productividad, la innovación y la diversificación económica. En este sentido, diversos estudios del Banco Mundial (2024) indican que la región necesita incrementar su productividad en al menos un 2.5% anual para alcanzar niveles competitivos globales. Como señala Pérez (2024) “la transformación económica de América Latina requiere una revisión completa de sus modelos productivos, incluyendo la modernización industrial y la adopción de tecnologías avanzadas”.
Como un territorio conflictuado, América latina, presenta en la desigualdad social, un problema estructural que presenta matices cada vez más complejos. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), citada por González (2024), afirmó que “la región mantiene los niveles más altos de desigualdad en el mundo, con un coeficiente de Gini promedio que supera el 0.45 en la mayoría de los países”. Esta situación, se manifiesta no solo en la distribución del ingreso, sino que, a la vez, en el acceso a servicios básicos, educación y oportunidades laborales. Los estudios de Sánchez (2023) demuestran que el 20% más rico de la población concentra el 75% de la riqueza regional, mientras que el 40% más pobre, apenas alcanza el 5%. Además, como señala Ortiz (2024) “la desigualdad en América Latina tiene un fuerte componente intergeneracional que perpetúa los ciclos de pobreza”.
Esta realidad se complica aún más por las disparidades de género y étnicas que persisten en la región.
Por su parte, el cambio climático representa un desafío existencial para América Latina. Ramírez y López (2023) advierten que, “América Latina podría perder hasta un 4% de su PIB anual debido a los efectos del cambio climático si no se implementan medidas de adaptación y mitigación efectivas antes de 2025”. Esta amenaza, se materializa en eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes, pérdida de biodiversidad y amenazas a la seguridad alimentaria. Estudios del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, 2024) revelan que Latino América es particularmente vulnerable a los efectos del cambio climático, con proyecciones que sugieren un aumento de la temperatura media de 2-4°C para 2050 si no se toman medidas drásticas. Como señaló Velasco (2024) “la adaptación al cambio climático requiere una inversión anual estimada en 2.5% del PIB regional, incluyendo infraestructura resiliente y transformación energética”.
Agregando a lo anterior, la transformación digital y la brecha tecnológica presentan desafíos multifacéticos. Silva (2024) enfatiza que “La región debe invertir al menos un 3.5% de su PIB en digitalización y modernización tecnológica para no quedar rezagada en la cuarta revolución industrial”. Esta necesidad se fundamenta en estudios que demuestran que solo el 45% de la población latinoamericana tiene acceso efectivo a internet de alta velocidad. Además, como señala Morales (2024) “la brecha digital no solo afecta el acceso a la tecnología, sino, además, las capacidades para utilizarla efectivamente”. El Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 2024), se refirió en este tema, que la región necesita formar al menos 1.5 millones de profesionales en tecnología para 2025 para satisfacer la demanda del mercado.
Acerca de la gobernabilidad democrática y la polarización política en nuestro subcontinente han alcanzado niveles críticos. Rodríguez (2024) advierte que “el índice de confianza en las instituciones democráticas ha caído a mínimos históricos en varios países de la región, mientras que la polarización política alcanza niveles preocupantes”. Esta situación, se ve agravada por el surgimiento de movimientos populistas y la fragmentación del sistema de partidos. Estudios del Latinobarómetro (2024) muestran que solo el 35% de los latinoamericanos confía en sus instituciones democráticas, mientras que el 65% considera que sus gobiernos sirven principalmente a intereses particulares. Castro (2024) afirmó acerca de este particular que “la crisis de representatividad política está llevando a un ciclo de inestabilidad que amenaza la gobernabilidad democrática en la región”.
En tanto, la seguridad ciudadana representa un desafío multidimensional. Morales (2023) consignó sobre este punto que “el crimen organizado y la violencia urbana representan un costo económico equivalente al 3.5% del PIB regional”. Este impacto, se refleja no solo en pérdidas económicas directas, sino, a la vez, en costos sociales y de desarrollo. El Instituto de Estudios de Seguridad (2024) reportó que el 60% de los ciudadanos latinoamericanos modifican sus hábitos diarios debido a la inseguridad. Además, como señala Jiménez (2024) “la infiltración del crimen organizado en las estructuras estatales amenaza la integridad institucional y la legitimidad gubernamental”. La violencia afecta desproporcionadamente a los jóvenes, con tasas de homicidio que triplican el promedio mundial en este grupo etario.
Otro componente problemático es el desempleo juvenil y la informalidad laboral que, en sí, constituyen un conflicto social. Torres (2024) reveló que “más del 40% de los jóvenes latinoamericanos se encuentran en situación de desempleo o subempleo, mientras que la informalidad laboral supera el 50% en varios países de la región”. A este respecto, la Organización Internacional del Trabajo (OITM 2024) advirtió que esta situación tiene efectos multiplicadores negativos en la economía y el tejido social. Como arguye Ramírez (2024) “la falta de oportunidades laborales formales está creando una generación perdida que podría tardar décadas en recuperarse”.
Los estudios muestran que el desempleo juvenil está directamente correlacionado con el aumento de la delincuencia y la migración irregular.
En otra faceta, la integración regional enfrenta obstáculos significativos en un contexto global cambiante. Vázquez (2023) enfatiza que “América Latina debe fortalecer sus mecanismos de integración y cooperación para aumentar su poder de negociación en un mundo cada vez más multipolar”. El Banco de Desarrollo de América Latina (CAF, 2024) estimó que una integración efectiva podría aumentar el producto interno bruto regional en hasta un 10% en la próxima década. Sin embargo, como señala Mendoza (2024) “la fragmentación política y las diferencias ideológicas entre gobiernos obstaculizan la consolidación de bloques regionales efectivos”. La competencia entre China y Estados Unidos, por la influencia en la región, añade complejidad a este escenario.
Referente a la deuda pública, ella está en niveles preocupantes, situación que limitan el desarrollo latinoamericano. Herrera (2024) concibió que “El nivel promedio de deuda pública en la región ha alcanzado el 75% del PIB, limitando severamente la capacidad de inversión pública en áreas críticas”. El Fondo Monetario Internacional (FMI,2024) proyecta que, sin reformas estructurales, varios países podrían enfrentar crisis de deuda en los próximos años. López (2024) pronóstico que “La combinación de alta deuda pública y baja recaudación fiscal está creando una trampa de desarrollo que requiere reformas fiscales integrales”.
La situación indicada, se agrava por la necesidad de inversión en infraestructura y programas sociales.
En tanto, la innovación y el desarrollo científico-tecnológico exhiben un rezago significativo. Méndez (2023) postuló que “La inversión en investigación y desarrollo en América Latina apenas alcanza el 0.7% del PIB regional, muy por debajo del promedio mundial del 2.4%”. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2024) previno que este déficit de inversión está ampliando la brecha tecnológica con otras regiones. Como destaca Vargas (2024) “La falta de inversión en ciencia y tecnología está condenando a la región a una dependencia tecnológica perpetua”. Los datos muestran que América Latina genera solo el 2.7% de las patentes mundiales, a pesar de representar el 8.4% de la población global.
En resumen, la superación de estos desafíos requerirá un esfuerzo coordinado sin precedentes. Fernández (2024) concluye que “el futuro de la región dependerá de su capacidad para implementar reformas estructurales profundas mientras mantiene la cohesión social y la estabilidad política”. El éxito en estas transformaciones determinará si América Latina puede aprovechar su potencial demográfico y de recursos naturales para alcanzar un desarrollo sostenible e inclusivo en las próximas décadas.
Gastón Gaete Coddou, geógrafo
Académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.
Fuente: Columna de opinión publicada en diario El Potosí, Bolivia, el 29 de diciembre de 2024