“La cuenca del Valle del Aconcagua forma con sus deslindes un territorio que puede ser entendido en palabras de Duch (2016) como “un espacio geográfico físico delimitado de poder, gestión y dominio del Estado. De apropiación y adscripción de un grupo social, que proyecta un sentido simbólico y humaniza al espacio, una expresión del hombre y de la naturaleza, una expresión del tiempo, una interpretación del espacio”. Asimismo, esta área física es habitada por un grupo de personas que, en su contexto, conforma una comunidad la que debe ser concebida como un grupo de personas que viven en un área geográficamente específica y cuyos miembros comparten actividades e intereses comunes, donde pueden o no cooperar formal e informalmente para la solución de los problemas colectivos.
En atención a estos dos conceptos y su interacción se originan los paisajes, que son el resultado de la combinación dinámica de elementos físicos, químicos, biológicos y antrópicos que, relacionados entre sí, dan lugar a un conjunto único e indisociable en constante evolución, surgiendo de esta manera paisajes físicos y culturales. Es precisamente en estos últimos en que por la gestión y evidencias de su quehacer cultural surgen los llamados tesoros humanos vivos, que en el entendido de nuestro país y del Ministerio de las Artes, las Culturas y el Patrimonio los concibe como “la instancia oficial de
reconocimiento que el Estado chileno otorga a comunidades, grupos y personas que son distinguidos y destacados por sus pares, por los significativos aportes que han realizado a la salvaguardia y al cultivo de elementos que forman parte del Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial en Chile, de acuerdo a lo establecido en el Proceso para la Salvaguardia de Patrimonio Cultural Inmaterial”.
Y, para los efectos indicados, el “objetivo del reconocimiento es contribuir a la valorización pública del aporte y rol estratégico que determinados colectivos y cultores/as han tenido en la continuidad y vigencia de un elemento de patrimonio cultural inmaterial específico”.
Teniendo estos antecedentes en consideración hay que destacar que las fértiles tierras aconcagüinas han dado numerosos casos de estos tesoros humanos, que en sí, son actores culturales que en palabras de este columnista forman parte del patrimonio cultural intangible y, por lo mismo, es dable rescatar y poner en evidencia su actuar tal como lo ha hecho la señora Rosa Pastén Hidalgo, catemina y funcionaria que labora en la biblioteca comunal y, por iniciativa personal, está abocada desde hace un tiempo a la recopilación de memoria social de Catemu formando para estos efectos un archivo que reúne una colección de imágenes de las diversas actividades locales. Sin embargo, más allá de este loable propósito, la señora Rosa con asertiva creatividad ha buscado una alternativa que complemente lo hecho por ella con aportes de las y los ciudadanos y se ha dispuesto a realizar piezas visuales que, en palabras de esta gestora cultural “hacer contenidos locales ayuda a las personas para apoyarlas en su trabajo , ya que nos ayuda a difundir las identidades, ya sea de nuestro pueblo como el trabajo que realiza cada persona”.
Y en este proceso incesante de búsqueda de antecedentes han surgido diversas vertientes, que son nutridas por distintas vecinas y vecinos que, sin quererlo, son tesoros culturales vivientes, por cuanto en su diario vivir transmiten y exhiben sus quehaceres, obras y acciones en pro de mantener activo el patrimonio de esta hermosa y valiosa comuna”.
***Gastón Gaete Coddou, geógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.
Columna de opinión publicada en diario El Trabajo de San Felipe, el miércoles 3 de marzo de 2021.