Noviembre de 1973. Luis Costa, reconocido militante del MIR, vive oculto. Una noche, mientras duerme en una casa de Villa Alemana, lo despierta el sonido de una patrulla de marinos. La garganta se le anuda, su cuerpo se petrifica.
Después de un rato, los uniformados bajan las armas. La descripción de la persona a la que buscan no cuadra. La orden es detener a un hombre albino de avanzada edad, llamado Luis Guastavino. Luis Costa sigue nervioso, en su velador descansa un fajo de envoltorios de cigarrillos, en que sus camaradas del MIR le han enviado un informe actualizado de lo que ocurre en el país, tras el golpe de estado de septiembre.
Si ven eso, seguramente lo llevarán detenido, piensa. Antes de irse, los marinos se detienen en una biblioteca repleta de libros. La instrucción de lo altos mandos era deshacerse de cualquier tipo de texto que pudiera difundir el socialismo o el comunismo.
Los uniformados revisan los ejemplares: los potencialmente peligrosos son separados sobre la cama de Luis. Uno de los textos llama la atención del oficial a cargo: “La cibernética y la Revolución Industrial”, se llama.
La palabra “revolución” enciende las alarmas. Luis Costa, estudiante de Electrónica en la Universidad Santa María, explica que el texto no tiene relación alguna con el socialismo, pero no le creen. En una maniobra desesperada, Luis mueve su pie para botar la torre de libros “revolucionarios” que está sobre la cama y aprovecha esa distracción para tomar los papeles de cigarro, meterlos en su boca y engullirlos.
Un trago amargo que le salva la vida.
Cazando letras
Tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, los altos mandos militares dieron la orden de requisar todos los libros “concientizantes”, como los llamaban.
Era común que militares ingresaran a bibliotecas y librerías para llevárselos y quemarlos. Algunos pasaron “colados”, como los textos que hablaban sobre el cubismo, movimiento artístico liderado por Pablo Picasso, pero que ante los ojos de los militares, podían tener relación con Cuba.
“Había muchos allanamientos, y si en esos allanamientos encontraban algún tipo de literatura marxista, se transformaba en algo peligroso”, recuerda Luis Costa, hoy docente de la carrera de Periodismo en la Universidad de Playa Ancha.
Costa explica que en la época previa al golpe, se estaba viviendo un fuerte auge de la lectura. Leer estaba de moda y era una actividad accesible, en gran parte por los bajos precios de editoriales progresistas como la Quimantú, cuyas novelas se vendían en kioscos.
El término “sobaco ilustrado” empezó a multiplicarse para referirse a todos aquellos que caminaban por las plazas con un libro bajo el plazo.
“El rol de Quimantú, el rol de la literatura, el rol de leer, no era sólo una proclama de un derecho humano y social, sino que también este proceso desencadena en la conciencia ciudadana chilena un deseo incontrolable por educarse, por saber, por conocer”, comenta el académico Luis Costa, quien agregando que, a su juicio, la realidad cultural de hoy en el país se debe en gran medida a lo ocurrido durante la dictadura militar.
Tras el golpe de estado, tener libros en la casa se convirtió en una actividad riesgosa y algunos optaron por deshacerse de ellos para salvar su vida.
En ese afán por salvar libros, textos y documentos de las llamas, los miristas se organizaban para ocultar las colecciones más importantes. Fue así como el propio Luis Costa, junto a sus compañeros, ocultaron un paquete de libros en una casa ubicada en Canal Beagle, adonde nunca pudieron volver para sacarlos; lo mismo pasó con otra bolsa que enterró en el patio de una casa.
Biblioteca recuperada
Por estos días, en la biblioteca central de la Upla se exhibe la “Biblioteca Recuperada”, ambicioso proyecto que rescató las historias detrás de la quema de libros en Valparaíso.
La coordinadora de la carrera de Bibliotecología de la UPLA, Marjorie Mardones, quien lideró la iniciativa, cuenta: “Este episodio de la historia nacional reciente, en el cual se destruyen en algunos puntos claves de Valparaíso, con toda la catástrofe socio política que fue el golpe militar, también tiene otro golpe que nos lleva a preguntarnos por qué se destruyen libros y qué es lo que tiene el libro que resulta tan importante que gente llegue a arriesgar su vida para protegerlo. No sólo con libros, sino que también con la fotografía y con los discos”.
En la investigación realizada por académicos y estudiantes de la Upla y la Universidad Diego Portales, se recabaron testimonios y antecedentes sorprendentes que revelan que, por ejemplo, se emitió una resolución formal de la Universidad de Chile, sede Valparaíso, que muestra un listado de libros que debían ser quemados, donde se incluía el clásico de Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”.
Algunos recortes de prensa de la época informan que en la biblioteca de la Universidad Santa María se quemaron nueve toneladas de literatura considerada marxista.
Asimismo se realizaron quemas públicas de los textos en puntos céntricos de Valparaíso, como el reloj Turri y la plaza Aníbal Pinto.
La profesora Mardones cuenta que la población se resguardó por su cuenta quemando sus propias bibliotecas, para no exponerse a los malos tratos de parte de los uniformados.
“La gente en los cerros tomaba los libros que ellos mismos consideraban peligrosos y los llevaban a la cancha de fútbol cercana, y ahí la gente, antes de que los allanaran, tomaban los libros y les prendían fuego. Esta cuestión es transversal porque cualquier persona que tenía literatura que eventualmente podía ser considerada peligrosa, era tocada por esto. Entonces yo podía tener una revista Paloma, que por sólo ser editorial Quimantú me la podían destruir”, relata la académica, añadiendo que, pese a los esfuerzos extraordinarios de algunos porteños por salvaguardar la literatura, hubo obras que se perdieron para siempre entre las flamas.
“Hasta ahora, yo he visto listados sobre los libros publicados por las editoriales de la época, pero hay muchos que la gente no conoce. Algunos libros que se importaron de la editorial Moscú de ese tiempo, y otros de editoriales chinas, en idioma original. Algunos de esos libros que se importaron, no tienen registro o conocimiento. Lo mismo con algunos libros de la Quimantú, ahí desaparecieron casi todos, entonces no existe un registro de que haya alguien que tenga las colecciones completa de una editorial”, comenta Marjorie Mardones. Y agrega una reflexión final: “No se está quemando sólo un objeto, se está quemando un ideario. Allí radican los sueños de un grupo de personas que pensaba hacer un país mejor, más culto más educado”.
Fuente: La Estrella de Valparaíso, página 8, publicada el 2 de noviembre de 2018.