
« En las profundidades de la selva amazónica boliviana, a unos 600 kilómetros al norte de la ciudad de La Paz, vive una comunidad indígena que ha captado la atención de científicos de todo el mundo. Los Tsimane, una etnia de aproximadamente 16,000 miembros, están revelando secretos sobre el envejecimiento que podrían tener implicaciones globales.
Según investigaciones lideradas por el antropólogo Hillard Kaplan durante más de dos décadas, los Tsimane presentan características únicas en cuanto a su salud cardiovascular y cerebral. En palabras de este investigador los Tsimane tienen menos arteriosclerosis que las mujeres y hombres japoneses que siguen una dieta extremadamente baja en grasas.
En cuanto a la divulgación de los hallazgos de este pueblo originario boliviano, un estudio publicado en la revista científica The Lancet (2017) reveló que el 87% de los Tsimane mayores de 70 años examinados presentaban un mínimo riesgo de cardiopatía aterosclerótica. Más sorprendente aún, una investigación posterior divulgada (2023) en Proceedings of the National Academy of Science demostró que los ancianos Tsimane presentaban hasta un 70% menos de atrofia cerebral que personas de la misma edad en países industrializados.
En este mismo sentido, y en palabras de Kaplan “un Tsimane de 80 años tenía la misma salud cardiovascular y cerebral que un adulto de 55 años en Nueva York o Londres”. Por su parte, el Dr. Daniel Eid Rodríguez, médico boliviano parte del equipo de investigación, añade que “nos encontramos con cero casos de Alzheimer entre toda la población adulta. Es muy notable en medio del mundo que vivimos”.
¿Cuál es el secreto de los Tsimane? Los investigadores apuntan a varios factores clave, entre los que destacan actividad física constante y, en este punto, hay que indicar que los Tsimane mantienen un estilo de vida activo, realizando un promedio de 17,000 pasos diarios, casi el triple que una persona promedio en Occidente.
Asimismo, la dieta natural de estos pobladores se basa en productos de la tierra y el río, con solo un 14% de grasa en su dieta y sin alimentos procesados.
Por otro lado, el bajo estrés, propio una vida tranquila, sin las presiones típicas de la sociedad moderna les permite tener un estilo y calidad de vida sin sobresaltos.
Por último, es posible razonar el factor inmunológico, al cual, los científicos están explorando la hipótesis de que las altas tasas de infecciones en la infancia podrían contribuir a su robusta salud en la vejez.
Sin embargo, la vida de los Tsimane no está exenta de desafíos. Históricamente, han enfrentado altas tasas de mortalidad infantil y una baja esperanza de vida. Como señala, Daniel Eid: “Estas personas que llegan a los 80 años fueron las que lograron sobrevivir una infancia llena de enfermedades e infecciones”.
Ahora bien, en cuanto a factores naturales y antrópicos, respectivamente, el cambio climático y la modernización también están afectando su estilo de vida tradicional y, en este sentido, las palabras de Juan Gutiérrez Rivero, un Tsimane (78 años) reflexionó sobre la dificultad creciente para cazar, exponiendo que cada vez hay menos animales y cada vez hay que caminar más para cazarlos. A este aspecto negativo, se agrega que los incendios forestales de 2023 en Bolivia agravaron esta situación, desplazando a muchos animales de la región.
En cuanto a la modernización, la introducción de tecnologías modernas, como los motores “peque – peque” para sus botes, está cambiando sus hábitos. Esto ha facilitado el acceso a alimentos procesados y ha reducido la actividad física asociada con el remo. Como resultado, los investigadores han notado un aumento en los casos de diabetes y en los niveles de colesterol entre la población más joven.
Pese a estos cambios, los Tsimane mantienen una perspectiva positiva, que en el pensar de Justina Canchi, líder de un movimiento por los derechos de las mujeres Tsimane, razona al plantear que “a nosotros, a pesar de las evidentes necesidades, con lo que nos da la tierra nos basta. Por eso somos personas tranquilas, sin afanes y por lo general estamos de buen humor”.
Las lecciones que podemos aprender de los Tsimane son valiosas, ámbito que Kaplan resume al decir que es simple: “gastan mucha más energía o calorías de las que consumen a diario”.
Este equilibrio entre actividad física y alimentación natural parece ser clave para su longevidad saludable.
El estudio de los Tsimane continúa con los investigadores explorando más a fondo los factores que contribuyen a su excepcional salud en la vejez.
Mientras tanto, esta comunidad amazónica nos recuerda que, a veces, las soluciones a problemas de salud globales pueden encontrarse en los lugares más remotos y en estilos de vida que hemos dejado atrás en nuestra carrera hacia la modernización.
En síntesis, la historia de los Tsimane es una invitación a reflexionar sobre nuestros propios hábitos y estilos de vida. Quizás, en su simplicidad y conexión con la naturaleza, se esconda una parte de la respuesta a cómo envejecer de manera más saludable en un mundo cada vez más complejo y estresante.
Conocimientos ancestrales
A lo largo de la historia, los pueblos indígenas han realizado contribuciones significativas a las ciencias aplicadas modernas, incluyendo la medicina y, en este sentido, numerosos fármacos, instrumentos médicos, alimentos y técnicas de cultivo que se utilizan diariamente tienen sus raíces en el conocimiento profundo de los pueblos originarios.
Hugo Us Álvarez, especialista en desarrollo social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) e investigador sobre pueblos originarios de América, afirma que “el conocimiento ancestral es tan importante o válido como la ciencia moderna, igual de riguroso, y se ha adquirido con la práctica durante siglos”. Esta opinión es compartida por el antropólogo George Nicholas de la Universidad Simón Fraser quien sostiene que el conocimiento es conocimiento, independientemente de la forma que adopte.
En consideración a lo indicado, es importante destacar algunos ejemplos de las erudiciones que estas comunidades han poseído durante siglos y que la ciencia descubrió posteriormente. En este sentido, la Medicina natural y considerando a la Organización Mundial de la Salud (OMS), este organismo internacional estimó que alrededor del 40% de los productos farmacéuticos actuales se basan en el conocimiento tradicional. Un ejemplo emblemático es la aspirina, cuya sustancia base, el ácido salicílico, proviene del sauce negro. Los indígenas norteamericanos ya extraían este ácido de la corteza del árbol hace cientos de años para tratar dolores musculares y óseos.
Otro caso reciente es el del quillay, un árbol endémico de Chile, cuyas propiedades se utilizaron en el desarrollo de vacunas contra la COVID-19. Los mapuches conocieron sus propiedades curativas desde tiempos ancestrales, utilizándolo para tratar diversas enfermedades.
En referencia a los Superalimentos, en el presente estos alimentos por sus propiedades nutricionales, como la espirulina, la quinua, la chía y el amaranto, formaban parte de la dieta básica de diversos pueblos indígenas hace siglos. Los mexicas, por ejemplo, recolectaban espirulina del lago Texcoco y la consumían como fuente de energía para viajes largos. En relación a los Instrumentos médicos, aunque se atribuye la invención de la jeringa hipodérmica al médico escocés Alexander Wood en la década de 1850, estudios arqueológicos han revelado que diversos grupos nativos de Sudamérica utilizaban instrumentos similares hechos con huesos de pájaros y vejigas de animales pequeños para administrar medicinas e irrigar heridas.
En atención a la Protección solar, los nativos americanos utilizaban sustancias naturales como el aceite de achiote, de girasol o de cactus opuntia para protegerse del sol. Además, los inuit diseñan las primeras gafas de sol utilizando madera o huesos de antílope para protegerse del reflejo del sol en la nieve. Respecto a la Hibridación de plantas, mucho antes de los estudios de Gregor Mendel en el siglo XIX, los pueblos originarios de nuestro continente, ya practicaban técnicas de hibridación de plantas. Aplicaban métodos de polinización artificial y selección de semillas para mejorar sus cultivos, como en el caso del maíz, los frijoles y las calabazas.
Considerando la Observación del cambio climático, los científicos modernos están recurriendo cada vez más al conocimiento de las comunidades indígenas para obtener información sobre cambios en los patrones climáticos, alteraciones en la vegetación y comportamientos inusuales de los animales. Su estrecha relación con la tierra les proporciona una perspectiva única y valiosa sobre los cambios ambientales a largo plazo.
Sobre, el Comportamiento animal, un estudio reciente sobre aves rapaces que propagan intencionalmente el fuego en Australia se basó en gran medida en el conocimiento atávico de los pueblos indígenas locales, quienes, habían observado este fenómeno durante siglos.
A raíz de lo indicado, queda en evidencia que la integración del conocimiento indígena en la ciencia moderna puede conducir a un enfoque más holístico y sostenible de la investigación y el desarrollo. Esto es particularmente relevante en áreas como la conservación del medio ambiente, donde el conocimiento tradicional sobre ecosistemas locales puede complementar los datos científicos.
Sin embargo, es importante abordar este intercambio de conocimientos de manera ética y respetuosa. Los pueblos indígenas deben ser reconocidos como los guardianes de su conocimiento tradicional y deben tener voz en cómo se utiliza y se comparte este saber ancestral».
Gastón Gaete Coddou, geógrafo
Académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.
Fuente: Columna de opinión publicada en diario Correo del Sur, Bolivia, el 1 de octubre de 2024