
De la columna: Chilenos de estirpe y decisión
«La guerra, según Naciones Unidad (2018) es un conflicto armado, en sentido estricto, sería un enfrentamiento violento entre dos grupos humanos de tamaño masivo y que generalmente, tendrá como resultado muertes y destrucción material, definición que trae aparejada cuando un país dominante en un territorio invadido, tal fue el caso de Alemania durante la II Guerra Mundial (1939 – 1945), impulsó por medio de la ideología nazi una visión totalitaria y racista que consideró en palabras de la Enciclopedia del Holocausto a los judíos como “indeseables parásitos”, dignos solo de la erradicación, para lo cual, se implementó el genocidio como medio de la exterminación de quienes profesaban esa religión y que, en términos de personas asesinadas, fueron según diversos organismos internacionales aproximadamente más de 6 millones de personas.
Ante el horror de las persecuciones masivas que se estaban desarrollando en muchos países ocupados por los alemanes en el viejo continente, un chileno consciente de esta vicisitud optó y decidió de acuerdo a su condición diplomática emitir pasaportes y laissez-passer chilenos, para salvar la vida de otros que no conocía, pero por razones humanitarias y sin pensar en su integridad personal logró que al menos 1200 judíos polacos y rumanos entre 1941 y 1943 pudiese sobrevivir y ser posteriores testigos y dar fe de este elocuente actuar sin miramientos de raza, religión u otra circunstancia respecto del urgido desvalido.
En este sentido, ese obrar solidario y caritativo estuvo encarnado por la figura de un hombre ejemplar tan cual fue don Samuel del Campo Candia (1882 – 1960) quien, nacido en la ciudad de Linares, tuvo la oportunidad de estudiar ingeniería en las universidades de Paris y Lieja, ambas en Europa, destacando por su profesionalismo que le permitió trabajar en el proyecto de extensión del metro parisino y que, desde 1918 a 1943, ingresó al servicio diplomático de Chile iniciando su carrera en la embajada nacional en Francia. Trabajó allí como inspector de publicidad para la venta del salitre nacional. Posteriormente, y entreguerras (1918 – 1939), sirvió en varias funciones en las legaciones chilenas tanto en tierras galas como en Bélgica, para finalmente ser nombrado como Cónsul y Encargado de Negocios de nuestro país en Rumania (1941 – 1943) y, en forma paralela, representar en forma provisoria los intereses de Polonia en Rumania, dada la ocupación polaca por los germanos.
Don Samuel, como funcionario subordinado informaba periódicamente a la Cancillería, aunque según Jorge Schindler del Solar (2021) “mediante completos informes políticos, él intentó infructuosamente sensibilizar al gobierno de la época, en 1942, con la persecución y exterminio de los judíos europeos y justificar así su acción en favor de los perseguidos”. Fue en vano y, más aun, considerando la misma fuente, la posición chilena frente a la inmigración estaba ajustada al horrendo y fatídico contenido del Anexo Confidencial a la Carta de Servicio N° 42 del Ministerio de Relaciones Exteriores y de Comercio.
Ahora bien, pese a la indiferencia de Ejecutivo, Del Campo inició las gestiones para generar documentación diplomática a judíos, trámite que para esos efectos Schindler (2021) escribe que “requirió tanto de un diálogo permanente (y muy arriesgado) con las autoridades rumanas, como la organización de oficinas y delegados consulares, trámites que al ser tan recurrentes. Sus funciones como garante de los derechos de personas judías terminaron por incomodar al gobierno colaboracionista de Rumania, transformando a su persona en objetivo de las policías secretas”.
La perfidia y desinterés del Estado de Chile referente a este chileno de raza lo convirtió en un fantasma dentro de la historia nacional, situación que no pasó indiferente en Israel y, en particular por el Museo del Holocausto en Jerusalén que, en 2017 reconoció a don Samuel del Campo como Un justo entre las Naciones, consideración a la que se agrega que, en 2021 fue homenajeado póstumamente con una placa en su honor, ubicada frente a la Gran Sinagoga de Bucarest.
En síntesis, el legado de este chileno de estirpe y decisión es un ejemplo de cómo hay personas que más allá de las adversidades son capaces mediante su entrega sin par ni dilaciones amparadas en intereses mezquinos de superar estadios de crisis y encontrar soluciones que van en beneficios de los desamparados, arquetipo que debiese primar y ser considerado en el razonamiento de quienes en el presente detentan el poder en Chile».
***Gastón Gaete Coddou, geógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.
Columna de opinión publicada en diario El Trabajo de San Felipe, el miércoles 3 de mayo de 2023