Los recientes sucesos de conflictividad y violencia a nivel país y, particularmente, en espacios educativos, que han generado conmoción pública, evidencian la necesidad de desarrollar procesos de fortalecimiento de la convivencia y la paz. Es preciso considerar, entre otros, la influencia de algunos medios de comunicación y tecnológicos que relevan imágenes asociadas a la violencia, la falta de respeto y el atropello a la dignidad de las personas, configurando una cultura que no considera los derechos de los otros.
Para abordar esta temática es necesario el reconocimiento de las voces de niños, niñas, jóvenes y adultos, elevando los niveles de participación que favorezcan condiciones de bienestar en el contexto de escuelas y comunidades, apuntando al desarrollo humano, socioemocional y educativo, a través de la construcción colectiva del conocimiento, la comunicación y la formación integral.
La existencia de una política nacional de convivencia escolar, actualizada en 2019, tiene como propósito el aprendizaje de modos de convivir que posibiliten relaciones de respeto, de inclusión y de participación democrática, base de la participación ciudadana y del desarrollo integral de los estudiantes, que debe plasmarse en un plan de gestión de la convivencia, liderado por el encargado del área con el que todo establecimiento debe contar. Lo anterior, articulado desde el plan anual de orientación de cada establecimiento, que debe fortalecer el desarrollo de propósitos formativos y preventivos en beneficio del estudiantado y de su crecimiento como seres individuales y sociales, que están disponibles a través de la propuesta ministerial con los ejes temáticos de la orientación.
En este sentido, las políticas públicas, entre ellas las educativas, no pueden apuntar solo al fin de la violencia o pretender la erradicación de los conflictos. Se requiere un trabajo sistemático de prevención de la violencia y construcción de paz, a través de programas, propuestas e iniciativas que otorguen reconocimiento y legitimidad a los(as) participantes, movilizando potenciales humanos, reconstruyendo confianzas básicas, haciendo visibles y audibles las situaciones de la realidad, que usualmente se han mantenido ocultas bajo el manto de la naturalización, para resignificarlas desde la perspectiva de la existencia común.
Como institución formadora relevamos el rol de una educación centrada en el desarrollo humano y en la consideración de las diferencias individuales como una riqueza y un potencial para la construcción de una sociedad más justa y participativa.
Dra. Silvia Sarzoza H.
Línea de Orientación Educacional y Facultad de Ciencias de la Educación UPLA
Fuente: opinión publicada en El Mercurio de Valparaíso, miércoles 13 de abril de 2022 (enlace para suscriptores).