“Uno de los aspectos claves del territorio es la comunidad que habita en él y desde esta perspectiva la sociedad local identifica, evalúa y propone distintas necesidades propias de su entorno para establecer alternativas que vayan en pro del mejoramiento de su calidad de vida. Es evidente que por la complejidad del registro de los antecedentes territoriales resulta complejo elaborar un inventario jerarquizado de los mismos y del cual se deriven líneas de trabajo, aun cuando hay hechos relevantes que por su constitutivo son signos de identidad y pertenencia, debido a que son reconocidos por su calidad y trascendencia y, por lo mismo, tienen una valoración patrimonial convirtiéndolos en antecedentes propios de la memoria social.
Lo referenciado se exterioriza con mayor recurrencia en el ámbito urbano, pues es en este concierto en donde vive mayoritariamente la población precedente, situación de la que no está exento el valle del Aconcagua.
Considerando lo indicado se hace patente la necesidad de generar un ámbito organizacional que trabaje en distintas orientaciones, previamente identificadas por los ciudadanos, para que las propuestas elaboradas tengan impacto y utilidad comunitaria. Sin embargo, previo a la elaboración de estrategias se revela la necesidad en el tejido social que, al constituir grupos de trabajo, se debería dar importancia a las habilidades no solo las propias del conocimiento, sino a las procedentes del actuar. En ese sentido cobran importancia las competencias blandas, que en sí tienen que ver con la puesta en práctica integrada de aptitudes, rasgos de personalidad, conocimientos y valores adquiridos, que propenden con su aplicación a entender a otras personas, expresar empatía, comunicarse persuasivamente, buscar consenso de manera que los equipos puedan acordar un plan de acción y, aún más importante, sentirse comprometidos de manera colectiva con una meta común.
Visto así es indudable que surgen obviamente diversas competencias blandas ineludibles, tal cual es la responsabilidad personal y social, que se debe interpretar como la inversión personal en el bien común, que nace de comprender la conexión entre el bienestar propio y el de otros.
Seguidamente, se deberá liderar las acciones mediante una integridad, que es un valor y una cualidad de quien tiene entereza moral, rectitud y honradez en la conducta y en el comportamiento. En general, una persona íntegra, es alguien en quien se puede confiar.
Finalmente, esa agrupación debe propender a su formalidad jurídica la cual se puede obtener a través de la gestión municipal, entidad que dará la debida personería que identificará a esa organización con la debida autonomía, que se entiende como la facultad de la persona o la entidad que puede obrar según su criterio, con independencia de la opinión o el deseo de otros, según sean los objetivos que se establezcan en su misión y visión territorial”.
***Gastón Gaete Coddou, geógrafo y académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas, Universidad de Playa Ancha.
Columna de opinión publicada en diario El Trabajo de San Felipe, el miércoles 16 de diciembre de 2020.