Cincuenta, sin cuenta: una vida en la UPLA

 

“Es cierto que no se puede vivir de recuerdos, pero enséñenme a vivir sin ellos”, nos dice el decano de la Facultad de Ciencias de la Educación, Dr. Luis Alberto Díaz Arancibia, en el año en que cumple 50 años de trayectoria en nuestra universidad. Llegó como estudiante y se retira como decano.

Le pedimos que nos relate los recuerdos más queridos y destacados de su carrera.  Una historia que empezó en marzo de 1969, cuando un grupo de 60 jóvenes llegó a la que entonces era la Facultad de Educación y Letras de la Universidad de Chile en Valparaíso. Llegaban a estudiar Pedagogía en Castellano.

– ¿Recuerda algo de ese primer día?
– Sí. Fuimos recibidos por el Jefe de Carrera, nada menos que el gran especialista en Gramática Española, profesor Félix Morales Pettorino, quien nos informó sobre el plan de estudios y cómo debíamos inscribir las asignaturas, pues algunas de ellas eran impartidas por dos profesores en diferentes horarios, por lo que debíamos elegir al profesor.

– ¿Alguna anécdota especial?
– Después de eso fuimos a clases. La primera nos la hizo un profesor al que nadie le entendía nada. Nos preguntaba con tono iracundo “¿Entienden?”. Ninguno de nosotros se atrevía a decirle que no. “Ustedes han llegado a la universidad y si no comprenden lo que les explico, quiere decir que no están capacitados para estar aquí”. Un silencio sepulcral se producía por unos instantes, hasta que retomaba su discurso. Nos hacía preguntas sobre literatura, que nadie sabía responder. “Ustedes no saben nada, no sé qué vienen a hacer aquí”, decía. Nosotros, “enterrados” en las sillas, lo mirábamos cómo se paseaba por la tarima que tenía la sala, lo que le daba un nivel de superioridad. Al finalizar, nos dio como tarea para la próxima clase leer dos libros, los que serían disertados por estudiantes sacados al azar. Posteriormente, supimos que el mentado “profesor” era un alumno de quinto año de Castellano, que además era profesor normalista. Más tarde nos dimos cuenta de que ese había sido nuestro “mechoneo”.


– Eso ocurría en lo que hoy es Casa Central. ¿Ha cambiado mucho?
– Recuerdo que, durante las “ventanas” del horario, nos íbamos al casino –denominado por nosotros como “La cueva de Montecinos”– que estaba ubicado en lo que hoy es la imprenta. Allí compartíamos momentos de alegría con compañeros y compañeras de todas las carreras de pedagogía y también se realizaba la fiesta de recepción de los “mechones”. En el sector “A” funcionaba un ascensor del primer al quinto piso, que en esos años era la terraza del edificio. Otro recuerdo que tengo es que, en primer año, viajamos en la “tuta” (bus de la facultad), conducida por el “tuto” (chofer de la facultad), a la exposición titulada “De Cezanne a Miró”, en Santiago. Como no cabíamos todos, yo conseguí que el director de la Facultad de Odontología nos prestase un bus. Esto gracias a que él y yo éramos “chicos buenos” de la Segunda Compañía de Bomberos.

– Y en lo académico, ¿cómo eran esos años?
– Al término de cada asignatura semestral, el profesor entregaba un certificado en el que constaba el nombre de la asignatura, del profesor, del estudiante, el semestre y la nota. Así fueron pasando mis felices años como estudiante de Castellano, con buenos compañeros de curso. Con algunos de ellos he cultivado una entrañable amistad, que se ha mantenido hasta el día de hoy: Nelda Muñoz, Mireya Olivari, Iralídez González y Juan Peña. En la ceremonia de titulación, recibí el Premio Universidad de Chile por haber sido el titulado con mejor promedio de las promociones 1973-1974 en la carrera de Castellano.

– ¿Qué nos puede contar de sus profesores hace cinco décadas?
– Tuvimos excelentes profesores. Rigurosos, exigentes y comprometidos con nuestra formación pedagógica y disciplinar. Los constantes y variados procedimientos evaluativos, las disertaciones, aplicaciones de encuestas lingüísticas en terreno, controles de lectura, entrevistas a escritores, asistencia a conferencias, a obras de teatro, etcétera, fueron para nosotros verdaderos modelos pedagógicos. Vaya mi reconocimiento y agradecimientos para todos ellos, que lograron formar una generación de profesores y profesoras que ha tenido un destacado desempeño como docentes de aula, como directivos superiores de establecimientos educacionales y como académicos universitarios.


Años de academia

– Ingresó a lo que hoy es Universidad de Playa Ancha hace 51 años, pero cumple 50 años como académico…
– Comencé mi carrera académica cuando estaba en segundo año de Castellano, como ayudante ad honorem, y llegué a ser profesor titular. Me desempeñé como ayudante de Gramática Española, de Literatura Chilena y de Didáctica Especial del Castellano. En esta última, tuve el honor de reemplazar a mi maestro Florencio Valenzuela Soto y es una especialidad que he cultivado y perfeccionado a lo largo de mis años como académico. Gracias, Maestro.

– Ese perfeccionamiento incluye postgrados, ¿cierto?
– Sí. De gran trascendencia para mi formación académica fue haber cursado dos postgrados: el Magíster en Educación en la Universidad de Chile (Santiago) y, posteriormente, obtuve la Beca del Ministerio de Planificación (MIDEPLAN) del Gobierno de Chile para realizar estudios de Doctorado en Educación en la Universidad de Barcelona, España. Patrocinaron mi postulación a la beca el rector de la época, don Norman Cortés Larrieu, y el decano de la Facultad de Ciencias de la Educación, don Rolando Carrillo Fierro, a quienes agradeceré por siempre.

– En esos años no era muy común seguir estudios en el extranjero…
– Formé parte de la primera generación de profesionales chilenos que salía al extranjero a cursar estudios de postgrado, tras el regreso de la democracia a nuestro país. La despedida a los cuarenta profesionales que obtuvimos la beca se realizó en el Palacio de la Moneda, donde el ministro de la época, don Sergio Molina Silva, en una solemne ceremonia, nos recalcó la responsabilidad que teníamos de dejar bien puesto el nombre de Chile en el extranjero, tanto académica como socialmente.  De la Universidad de Barcelona solo tengo experiencias inolvidables. En el plano académico, tuve excelentes profesores, cuyos libros son consultados hasta el día de hoy. Cursé las asignaturas doctorales y mi trabajo de investigación fue propuesto como candidato a la mejor tesis doctoral.

– ¿También en España tuvo oportunidad de ejercer la docencia?
– Grandes recuerdos y agradecimientos tengo también de la Universidad Ramón Llull de Barcelona, por haberme acogido como un profesor más de su comunidad. Al finalizar el año académico, mis alumnos y alumnas me hicieron una despedida muy emotiva, con canciones catalanas y un bello poema referido a mí como “profesor andante”. Algunos días después, el decano de la Facultad de Pedagogía me invitó a su despacho para informarme que en la evaluación docente, realizada por los estudiantes, yo había obtenido el más alto puntaje de la facultad. Me felicitó por haber alcanzado tan alta distinción. Me embargó una gran emoción y no sabía si era un sueño o realidad. Solo le pude decir “Gracias, señor decano. Adéu”.

– Volvemos a Chile, entonces…
– De regreso, retomé la docencia de pregrado, en asignaturas de Educación para las carreras de pedagogía, pero principalmente en mi especialidad de Didáctica del Castellano y Práctica Profesional del Castellano, la que desarrollé por cerca de cuarenta años. Con nostalgia rememoro aquellos viajes que anualmente hacía con mis estudiantes de la carrera de Pedagogía en Educación Básica a la casa de Pablo Neruda, en Isla Negra, y a la tumba de Vicente Huidobro, en Cartagena. Recitábamos sus poemas en la playa y almorzábamos en algún local de la Ruta de los Poetas, donde reinaba un clima de alegría y sana convivencia. En otras oportunidades invitaba a mis clases a Carlos Genovese, un destacado cuentacuentos, que, aparte de contar cuentos, les argumentaba a mis alumnos y alumnas que era una excelente metodología de enseñanza de la lengua vernácula.

– ¿Ha hecho también clases en postgrado?
– He impartido docencia en el Magíster de Literatura, en el Magíster de Administración Educacional, mención Gestión de Sistemas Educativos, y en el Doctorado de Políticas y Gestión Educativa. Tanto en pre como en postgrado, me he esforzado por brindarles a mis estudiantes una alimentación intelectual de calidad. Hoy, tengo exalumnos que son académicos con grado de doctor; otros ocupan altos cargos directivos en establecimientos educacionales; otros, como profesores y profesoras de aula, han alcanzado la categoría de Experto 1; y otros se han destacado en el plano literario. Me siento muy orgulloso de todos ellos. Continuamente, les decía: “Los alumnos deben superar a sus maestros”.
”Y así han pasado estos cincuenta años. Hoy, ad portas de acogerme a la ley de incentivo al retiro voluntario, solo me resta decir: Es cierto que no se puede vivir de recuerdos, pero enséñenme a vivir sin ellos. Gracias. Muchas gracias.”

 

 

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