Hurgueteando una caja con discos de acetato, ubicada bajo una vieja victrola que pertenecía a una institución que su padre visitaba regularmente, y encontrarse de frente con la obra orquestal “Capricho Español” (1887) del compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov, fue el hito que permitió al académico de la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha, Belfort Ruz Escudero, tener su primer acercamiento con la música cuando solo tenía ocho años.
Según sus palabras sus inicios fueron providenciales, ya que mientras su progenitor sociabilizaba con sus amigos, él escuchaba a menudo este disco que lo fue atrapando con su singular melodía, y que él reconoce como el hecho que marcó y dio origen a su larga trayectoria artística que lo tiene en vísperas de celebrar medio siglo al servicio de la música.
Con 72 años a cuesta, y 50 dedicados a la docencia y a la dirección de coros y orquestas, Belfort Ruz, tiene a su haber la formación de grandes agrupaciones de las regiones de Valparaíso y Metropolitana, e innumerables giras a Europa donde ha recorrido más de treinta países que le han dado una experiencia internacional para su desarrollo como artista, académico, músico y director.
Su vida musical partió en Valparaíso en la década del ’60 cuando ingresó al Coro de Cámara de la Universidad Católica de Chile y luego al Coro de Cámara de la Universidad de Chile en Valparaíso. Fue discípulo de destacados maestros nacionales y extranjeros como Marco Dusi, Alfonso Letelier, David Serendero, Jean Sebastien Bereau, Robert Shaw, Roland Douatte, entre otros, a lo que se suma su trabajo como director titular e invitado de innumerables agrupaciones nacionales y extranjeras.
Fue esta larga trayectoria artística, la que llevó a la Cámara de Diputados en conjunto con la Federación de Coros de Chile, la Municipalidad de Valparaíso, la Universidad de Playa Ancha y la Corporación Cultural de la región a homenajearlo en el Salón Plenario del Congreso Nacional (18 de junio) con la puesta en escena del Réquiem de Mozart interpretado por alrededor de 120 integrantes, y que él tuvo el honor de dirigir.
SUS INICIOS
-¿Cuáles fueron sus orígenes en la música?
“Soy baronino, nací en ese cerro emblemático e inicié mi vida académica en Valparaíso, siempre con esta afición un poco familiar de la música, a pesar que mi padre era pintor. Empecé mis estudios regulares de música como era en aquel entonces, unos estudios muy tradicionales, a veces un poco aburrido porque a uno lo tenían años y años estudiando. En un comienzo fui violinista, ya que no me dio por la dirección orquestal ni coral. También fui parte de Ateva que era la opción de teatro en Valparaíso, fui un pequeño actor, siempre estuve vinculado al tema del arte, sin embargo, primó la música por sobre todas las cosas.
Cuando ya había salido del cuarto medio del glorioso establecimiento Rubén Castro me dediqué de lleno a la música haciendo todos mis estudios regulares de teoría, armonía, y composición. Después ingresé a la Universidad Católica, donde regularice esos estudios para tener la Pedagogía en Educación Musical, en esos años no existía la carrera de pedagogía, de tal manera que llegué a la universidad prácticamente a regularizar mis estudios pedagógicos para obtener el título de pedagogo.
Paralelamente estuve en Santiago en el Conservatorio Nacional de Música en la cátedra de Dirección Orquestal, donde salí licenciado. Luego me gané una beca para irme a Francia donde hice mis estudios de postgrado en el Strasbourg, conservatorio maravilloso a la par con el de París, donde tuve como maestro a Jean Sebastien Bereau quien me conminó a estudiar, con lo que empezó mi carrera. Fue un tiempo muy interesante”.
-Usted me decía que su padre era pintor, pero también debió haber un legado musical.
“Exacto, mi padre era pintor artístico decorador, pero después derivó a la pintura publicitaria. Él hizo cosas muy buenas de mucho reconocimiento, decoró la capilla de la Universidad Católica y la iglesia de los Sagrados Corazones. El pintó los frescos del Castillo Yarur (Cerro Castillo) que después fue pintado de blanco y verde por Carabineros. A mi padre le gustaba mucho la música sin ser músico ni tener un buen oído.
En aquellos años cuando venían las temporadas de operas de Europa tenían que dar la vuelta al Cabo de Horno, y el lugar obligado para recalar las compañías de opera era Valparaíso para actuar en el Teatro de la Victoria. Mi padre me decía “cuidado hijo, que yo canté con las mejores voces del mundo, con grandes de esa época”. Y fue él quien me infundió el respeto por esta expresión del arte igual que la poesía”.
-¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la música para elegirla?
“Cuando escuché por primera vez el Capricho Español de Rimski-Kórsakov a los ocho años, me gustaba sentir el ritmo de esa melodía, creo que ahí me empezó a gustar la música. Después un buen día en la radio hubo un concurso que buscaba identificar una obra y la obra era esa. La identifiqué y con mi escasa caligrafía mandé la respuesta que la obra era tal y de tal compositor, y me gané una lapicera Fuente Parker 51.
Conocer y reconocer composiciones como esa, fue una de las cosas que me empezó a llamar la atención de
la música”.
-En cuanto a su trayectoria musical, ¿cómo comienza?
“Comencé en la vía coral. El año ‘60 ingresé al Coro de Cámara de la Universidad Católica y el año ‘62 me vine al Coro de Cámara de la Universidad de Chile, agrupación que hizo cinco giras a Europa. Nosotros inauguramos el Lincoln Center Philharmonic Hall de New York, y hay una placa que da cuenta de esa gesta”.
-¿Y en la vida docente?
“En el año ‘63 empecé en la docencia como profesor de Educación Musical en varios establecimientos educacionales como el Rubén Castro, el Eduardo de la Barra, el Superior de Comercio. Estuve en cinco establecimientos hasta el año ‘74 y después me dediqué solo a la Universidad de Chile, sede Valparaíso, primero, que luego pasó a ser la Universidad de Playa Ancha. Después dicté clases 14 años en la Universidad Católica, luego me fui a la Universidad de Santiago, a la UTEM, y en el año ‘76 me fui a Francia gracias a una beca que me gané. Regresé por motivos familiares, mi esposa se enfermó y falleció y no regresé a Europa a pesar que me habían contratado como maestro de coro de la L’Òpera del Rhin, donde Montserrat Caballé era la primera soprano, es decir habría hecho, quizás, una carrera interesante internacional allá en Europa. Pero después preferí quedarme en Chile y aquí estoy. Son 50 años que partieron en la Universidad de Chile de la cual nosotros somos sus legítimos herederos”.
-¿Ha cambiado mucho la formación académica de esos años a la actualidad?
“En esos años se era más riguroso, pero era menos el universo que asumía la música. De hecho las primeras orquestas sinfónicas se armaban con miembros de las bandas del Ejército, de la Aviación, hasta del Ejército de Salvación. Se armaban muy primitivamente, con aficionados. De ahí nacieron las orquestas filarmónicas que eran amigos de la música, eran todos aficionados que se juntaban a hacer música.
Después fue sobrepasada por las orquestas sinfónicas que empezaron a hacer músicos profesionales. Ahora esa formación fue muy rigurosa en antaño, pero quizás exagerado, es decir un niño que debía estudiar teoría debía estar cinco años estudiando y después pasaba a estudiar armonía. Era más fuerte la formación, muy exigente”.
-De acuerdo a eso, ¿en qué estado se encuentra la enseñanza de la música hoy en Chile?
“Ese es un tema interesante. En Chile los que se dedican a la música es porque los papás conocen a algún hijo de sus amigos que fue enviado a estudiar y que traspasan esos conocimientos, principalmente a sus cercanos, está todo bien hasta ahí. Pero Chile no es Europa, no es Francia, no es Alemania. Allá nadie se va a ver las teleseries después de almuerzo, sino que se juntan; el papá se sienta al piano, la mamá al chelo, el niño al violín y la otra niña a la flauta, y hacen música. Eso no es una invención mía, lo viví y me daba cuenta que era una práctica generalizada. Allá hay una conciencia instalada que aquí ha costado mucho, y a lo mejor va a seguir costando, porque los medios no nos ayudan. Es complejo”.
FACULTAD DE ARTE
-¿Cuál es su legado en la Facultad de Arte UPLA?
“Primero quiero decir que me doy por satisfecho en toda la parte académica, porque he pretendido hacer una labor seria durante estos 50 años, lo cual ha quedado demostrado en las distintas actividades que realizan hoy nuestros exalumnos en distintas partes de Chile y el extranjero.
En cuanto al legado creo que he dejado una impronta que les gusta a los alumnos y que es ver a su maestro ganando premios regionales, dirigiendo o siendo jurado de importantes festivales de música a nivel nacional e internacional. Eso ellos lo ven y lo valoran y tratan de ‘imitar’, porque esto se hace por imitación también. Por ejemplo el profesor Carlos Hernández, que es director del Coro de Cámara de la universidad, es considerado mi hijo putativo porque dicen que dirige muy parecido a mí; es lógico que se asemeje a mí porque fue mi alumno, mi ayudante y mi asistente en el Coro de Cámara de Chile hace 35 años atrás.
Entonces eso va creando una impronta, está el sello ahí, el sello de Belfort Ruz. Entonces ahí está el legado, pero siempre uno cree que faltó alguna cosa, nunca se puede hacer todo. Creo que una de las deudas fue no poder haber tenido una orquesta en la universidad”.
-¿Qué les diría a los estudiantes para que sigan sus pasos?
“Que sean buenos maestros y buenos profesores, nos falta eso. Les digo: No pierdan el tiempo, trabajen, infundan en los niños, en los adolescentes el amor por la música. El profesor y el maestro son un espejo, un guía, un ejemplo para los alumnos, pero deben seguir estudiando y perfeccionándose”.
-Por último, ¿cuál es su evaluación después de 50 años dedicado a la música?
“Para mí la música es todo, es mi pasión, mi afición, mi devoción y mi profesión; difícilmente habría hecho otra actividad. Cuando jubilé me hice de un lugar en Olmué y me compré una casa en ese lugar. Ahí me afinqué con dos perros, un huertito, 30 arbolitos y me quedé. Pero cuando me di cuenta que me pasaba todo el día regando, un amigo sicólogo me dijo que estaba loco y que debía estar con la música. Entonces volví a la universidad con unas horas por un tiempo. Regresé hace tres años a hacer Dirección a los alumnos y una clase de Apreciación Musical a los jóvenes de otras facultades.
Así me entretengo una vez a la semana (jueves) y he continuado dirigiendo en Francia, México y Argentina, pero voy por seis o siete días, hago los conciertos y regreso conociendo otra gente, otros repertorios, otros maestros e idiomas”.