Un aporte indudable. Un componente nuevo, alquimista, que renovó el quehacer artístico en la región y su proyección a nivel nacional e internacional. Espacio de formación de nuevos artistas, de pedagogos y de otros profesionales que han fortalecido el quehacer laboral y cultural en Chile. Todo eso y mucho más define el papel jugado por la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha, que en abril cerrará su celebración de los veinte años de vida con una gran exposición abierta a toda la ciudadanía.
La muestra, denominada arte XX años, será inaugurada el miércoles 18 de abril, a las 19 horas, en el Zócalo del Centro de Extensión del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. En este importante espacio serán exhibidas obras de los artistas (todos, además, académicos de la Universidad) José Esteban Basso, Mario Ibarra, Claudia Cataldo, Edwin Rojas, Víctor Hugo Arévalo, Jorge Martínez, Víctor Maturana, Carolina Vásquez, Michael Jones, Lucy Lafuente, Maricel Gómez, Roberto Bascuñan, Ruth Santander, Ariel Pereira, Nancy Gewöld y Ricardo Loebell.
En el catálogo de la exposición, el artista Ricardo Loebell explica la simbiosis que da vida a las creaciones. “Estas obras pueden reflejar el espíritu de tránsito al interior de la Escuela de Arte, puesto en práctica por el mutuo estímulo pedagógico y académico entre estudiantes y profesores que conforman el universo del colegiado. Esto podría extenderse a intercambios con estudiantes y profesores de otras escuelas en el extranjero en aras de problematizar e integrar nuevos temas el ideario de la malla de los estudios en la Escuela de Arte”.
“Del cruce entre experiencia académica y creatividad en el arte –señala Loebell- nacen representaciones de diversas temáticas, técnicas y materiales (pintura, gráfica, fotografía, grabado, escultura y técnica mixta)”.
La exposición arte XX años es organizada por la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha y por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Catálogo, por Ricardo Loebell
La pintura se extiende desde la vastedad espacial en José Basso, cuya síntesis de elementos y una infinita quietud recrean una mirada imperturbable hacia el horizonte. Una estética taoísta puede surgir aquí de la simpleza en forma y texturas cromáticas.
Los desplazamientos del óleo en el paisaje cotidiano mediante un orgánico dreeping de fecundas secreciones y excreciones, corresponden a una realidad sicalíptica en que Mario Ibarra (Paté) interviene escenas con excéntricas interferencias que pueden provenir de temáticas chamánicas. En un proceso de coprofagía se transforma su pintura dantesca en una alegoría apocalíptica de la realidad.
Claudia Cataldo aborda sobre la mítica figura de un “confesor“, siendo la gráfica que tienta la mutación e inversión de los cuerpos en el deseo de transfigurar la obra en un nuevo culto de mirar.
El reflejo de la escena de la “mujer con dados blancos“ como un azaroso impulso creativo en el taller en la obra de Edwin Rojas, representa el desarrollo de su obra en una corporeidad simbólica distendida en la dimensión temporal del cuadro pudiendo interpretarse como un arquetipo del pintor.
Una escena marina de Víctor Hugo Arévalo, motiva a recordar las acuarelas francesas, sin embargo, aquí reproduce una escena en la isla de Chiloé.
De múltiples huellas y matices en las texturas del grabado de Jorge Martínez se representan figuras que dialogan con la mitología entre magia y religión; pilares fundamentales que sustentan la memoria antropológica prehispánica y de occidente.
Distinta la expresión gráfica de Víctor Maturana que nace en objetos cotidianos, cuya objetualidad artística refleja la historia de su utilidad, poniendo así a prueba su autonomía; esta vez articulados en un azar creativo e interactivo con el material, en composiciones impresas en módulos de aluminio.
El tratamiento de la luz en ambas fotografías de un motivo de nature morte en Carolina Vásquez, dialogan en una dimensión hiperrealista, a la vez que se remiten por contraste al manierismo, cuya formula sostiene Heidegger, cuando señala que en el alumbramiento en el que se da el ente sería al mismo tiempo un ocultarse.
En Michael Jones viene siendo la superficie del asfalto el soporte de los caminantes y de su obra, desde donde obtura la escena que evidencia el deslinde de la edificación de una calle en La Habana.
En la plástica, la obra de Lucy Lafuente se desenvuelve en una meditación sobre la dimensión intangible de la materia en el tiempo. Con la obra intenta franquear la frontera del antropomorfismo cuando narra de un rostro que se encomienda en el trayecto en una morfología complementaria hacia lo supranatural.
Entre fisuras expresionistas, la obra de Maricel Gómez pareciera abordar el fenómeno del no-ser, así como señalaba Karl Kerényi, en la concepción religiosa de la antigüedad en su forma no reflexiva ésta incluye también al no-ser entre las figuras del ser.
La escultura de Roberto Bascuñan se desdibuja en la silueta de su sombra, cuya forma se adhiere al rebozo metálico en el propio proceso de la fundición.
En una reproducción de Valparaíso, Ruth Santander aborda la composición a través de la instalación de módulos en grez, generando levedad y transparencia a partir de la mirada imaginaria de la bahía.
Ariel Pereira propone una parodia mediante un dispositivo de emergencia con herramientas (hoz y martillo) -en vez de pintura- unidos a una paleta en su interior, indicando con ello una interacción simbólica de carácter político.
La obra de Nancy Gewölb sugiere una cita poética con Frida Kahlo y le tiende una mano, cuya unicidad refleja reminiscencias de una prenda que evoca en un resuello la desaparición.
Marbete del flamenco (mark: señal y beet: pedazo) es una cédula que se le adhiere a la manija de la maleta con el rótulo de su destino. Así se titula la obra de Ricardo Loebell, en un espacio histórico-estético como poética de la emigración.