“Todo se entraba para que nada cambie”

Ennio_VivaldiLos juicios que hoy se emiten sobre cambios en educación superior solo pueden comprenderse si se les refiere a un conjunto de valores y un modelo que, después de años de monótona hegemonía, suelen ser aceptados como incuestionables. Hay alarma ante cualquier amenaza de mínimo alejamiento de esa supuesta normalidad.

Los sistemas perceptivos detectan cambios respecto de un trasfondo de referencia. Si se instala súbitamente la oscuridad, al principio no vemos nada, pero con el tiempo comienzan a distinguirse débiles claridades, figuras o contornos. Al cabo de mucho tiempo en oscuridad, un objeto que refleja un mínimo de brillo puede parecernos de un resplandor que enceguece. Quizás eso es lo que está sucediendo con el concepto de “estatismo”.

El modelo hoy vigente para las universidades chilenas corresponde a un intento de forzar la realidad a una propuesta teórica, a saber, forzar el funcionamiento de nuestras universidades a las tesis que se exponen en el capítulo seis de un libro escrito por Friedman en 1962. Estas tesis deben participar del actual debate, pero no pueden representar verdades que hagan innecesario ese debate.

Puestos a redactar una Ley de Educación Superior, la primera pregunta podría ser: habiendo terminado la Guerra Fría, gestándose ante nosotros oportunidades inéditas para incorporar nuevas tecnologías y nuevas conceptualizaciones sociológicas, viendo cómo está amenazada la sustentabilidad de Chile si no superamos la condición de simples exportadores de materias primas… ¿vamos a seguir fijados y restringidos no como una opción más, sino como la única opción al capítulo seis de un libro escrito a mediados del siglo pasado, en plena Guerra Fría, sin globalización, sin informática, sin innovación productiva?

Hemos vivido una enfervorizada defensa del egoísmo y del pragmatismo que prescinde de las nociones de bien común, cooperación y solidaridad. Las consecuencias que ello ha tenido en la sociedad chilena son evidentes. Desde este posicionamiento extremo se puede calificar de “estatismo” cualquier iniciativa que nos vuelva a representar como sociedad, cualquiera institucionalidad que garantice a cada chileno su derecho a la educación y que procure encauzar los esfuerzos de nuestra inteligencia en pos de un desarrollo cultural, social y económico. Estas son responsabilidades que debe asumir cualquier Estado.

Ese posicionamiento extremo también nos puede hacer parecer natural la actual desregulación insólita y la falta de mecanismos que garanticen que el uso de fondos fiscales por parte de privados sea pertinente a la labor educativa. Incluso, como ocurrió con la gratuidad, que se niegue toda injerencia del Estado argumentando que ella afectaría los derechos individuales de los estudiantes, pero sí se acepte que esos derechos individuales les sean denegados por las universidades privadas, pues estas son libres de incorporarse o no a la gratuidad.

Necesitamos un sistema de universidades estatales con propiedades emergentes. El diseño de tal sistema paradigmático debe integrar, quizás con identidad variable en función de la propia misión, a otras universidades con vocación pública. Nadie pide desviar apoyo de unas universidades a otras, solo que el país reconstruya un sistema de universidades públicas.

Nuestra discusión sobre la Ley de Educación Superior tiene que ser, primariamente, de valores. Tiene que partir por un reencuentro con la misión que queramos otorgarles a nuestras universidades. Un profesor de la Universidad de Yale escribió un libro para una pregunta notable: ¿por qué nuestras universidades han abandonado el significado de la vida? (Anthony T. Kronman (2007) “Education’s End: Why Our Colleges and Universities Have Given Up on the Meaning of Life”).

La asignación de fondos a las universidades chilenas ha sido extensamente documentada por la Contraloría General de la República. Los datos y su tendencia histórica evidencian una distribución de fondos fiscales con marcado desmedro del sector público. Los principios que rigen esa distribución nunca han sido debatidos, menos decididos, por la sociedad chilena

Ha resultado imposible conversar sobre universidades prescindiendo del posicionamiento que cada una hoy tiene y defiende. Hay temor de otorgar ventajas en lo que se percibe como fiera competencia económica. Todo se entraba para que nada cambie. Aún no hay una propuesta prelegislativa sobre financiamiento. Wittgenstein dixit: “Lo que no se dice es lo más importante”.

Hoy tenemos la oportunidad de preocuparnos de los valores que deben inspirar a las universidades. Entre esos valores deben estar la generosidad y la colaboración, mucho más que la codicia y la arrogancia.

Ennio Vivaldi
Presidente del Consorcio de Universidades del Estado de Chile y Rector de la U. de Chile

 

Columna publicada en El Mercurio, miércoles 20 de abril de 2016, bajo el título “Universidades y valores”.

 

Pruebe también

CRUCH apoya inciso sobre educación no sexista de Ley sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia

En declaración pública, el Consejo de Rectoras y Rectores de las Universidades Chilenas manifiesta su desacuerdo con inaplicabilidad solicitada al Tribunal Constitucional.